Fue asiento, juguete, mesita, macetero, incluso un lienzo de madera donde se
pintó un pajarillo con antifaz y cresta. Acogió una mancha amarilla con motitas
de pintura blanca. Mario dijo que era el Sol que lloraba lágrimas de nieve.
Subidas en él, primero su hija y después su nieta, acariciaron el cielo
enmarcado en una preciosa buganvilla violeta cuando acogió a Plutón y las constelaciones
de las osas.
Pero Mario cometió el error de
descolgar unas cortinas subido en ese universo polícromo y ya deslucido. Le
advirtieron que sería castigado si lo hacía, como si hubiera un código penal
doméstico.
No vuelan sus ojos hasta ese techo y
la resignación le arruga como la peor de las derrotas, no tanto por su cadera, maltrecha
como su orgullo, sino porque sabe que serraron el taburete, haciendo lumbre con
sus astillas. ¿Por qué tanta crueldad?, murmura.
Algunos disculpan su melancolía
mientas otros no compadecen ese apego por quien fuera el primer objeto de casa. Lo consideran cosas de viejo. Hasta su hijo
parece haber olvidado que, sentados en ese taburete, mamá le dijo sí.
Laura fue el sol que escampó una
tarde lluviosa. Sus manos, dos pinceles dibujando una caricia en los labios de Mario.
El taburete los sostenía a ambos.
Cuanta ternura derrama tu relato. Es un placer leerte.
ResponderEliminarLos objetos nos hablan, pero eso solo lo saben unos pocos. Maravilloso relato. Gracias
ResponderEliminarComentario Julian Rumbero
ResponderEliminarComo siempre, la lectura de tus relatos es un baño de sensibilidad y poesía. Al amigo de madera se le llega a conocer mucho porque habla de los momentos importantes. Se le coge cariño y emociona su final. Estupendo relato, Julián. Enhorabuena.
Precioso, Julián. Un buen homenaje a las pequeñas cosas
ResponderEliminar