Mientras camino por la casa, imagino que estoy en un bosque con una arboleda tan frondosa que no me deja ver el cielo, aunque hay un resquicio de luz por donde se cuela un gorjeo que parece real. Sí, sin ser las ocho de la tarde, ha aparecido un tenor en mi ventana y ¡es precioso! Pero, tenemos que mantener la distancia de seguridad, ¡a saber dónde ha estado!, ¿y si tiene el virus debajo del ala? El caso es que tiene una pata rota… No, que se las apañe solo, haré como que no lo veo. Pero sí, lo veo, y no se asusta cuando me acerco, y lo tomo en mi mano como si fuera un corazón latiendo, tan vivo, tan deseo, que después de curarle la pata, andamos los dos por el bosque de la casa, los dos un poco cojos pero contentos.
-Petirrojo, cuando te cures, volarás lejos.