Blog para enfermos, familiares, voluntarios y miembros de AdEla. El jurado valorará la historia, contenido, imaginación y creatividad y NO tendrá en cuenta la puntuación, ortografía ni formato, pues sabe las dificultades de algunos de vosotros para escribir. También puedes comentar microrrelatos ajenos con respeto y crítica positiva. Lee los microrrelatos publicados para que te anime a empezar. ¡Suerte!

miércoles, 26 de agosto de 2020

04. Estrellas en la piel. Santa


Sarabi vive en una aldea a 65 km de Kinshasa. Su nombre alude a los espejismos, habituales en este continente; que se ven en los desiertos.

El Ébola la obligó a pasar el verano en el hospital de Médicos del Mundo de Kinshasa. Sarabi, una lluvia de ébano, de mirada clara, pura ola de mar que regó de ilusión la vida del doctor Assier.

Él, regresó a su casa de París en septiembre y Marión, su pareja, le preguntó qué le había impactado más en África.

Sinceramente ... – frenó en seco las palabras belleza, amor, pasión...- quizás, lo más impactante fue un sueño... un sueño que tuve hace dos días.

-En el sueño, era un joven que despertaba en una isla. El océano me llamaba y me hundía en la arena cálida y húmeda de la playa. Quería saber qué eran esas luces brillantes sobre el agua.

Una ola me arrastró hasta el fondo iluminado, el agua hacía sombras hexagonales sobre mi piel; tragué el verde cristalino y fresco... sabía a pez; peces que nadaban en mi boca y acariciaban mi piel sin poder verlos.

Cogí un poco de espuma blanca y desapareció, como una nube en el cielo. Y volví a la orilla con la piel llena de estrellas diminutas de colores. -


- ¿Volverás a África? - No lo sé...

domingo, 23 de agosto de 2020

03. Tres deseos. Antonio Nieto

Mi primer viaje a África fue a Casablanca, donde mi barco acababa de hacer escala para realizar un cargamento de fosfatos. La curiosidad de estar en un nuevo continente me atraía, aunque no esperaba encontrar safaris, selvas, desiertos… Aquel día, recuerdo, era festivo y aquello me permitiría descubrir la ciudad relajadamente: aspirar sus olores, disfrutar sus colores y aprender de lo desconocido; entonces era un joven esponja que absorbía todo lo que me llamaba la atención.

Tan pronto puse el pie en tierra, observé que, un joven que llevaba una alfombra en un brazo e innumerable objetos y piezas de vestimenta en la otra, se me acercó gritándome: “¡Amigo, amigo, mira, barato, barato!”

No me dio ni tiempo a reaccionar cuando “la humana tienda ambulante” ya me había mostrado cantidad de sus innecesarios objetos. Intenté repetidas veces quitármelo de encima, argumentándole que ninguno de sus artículos me interesaba. Él, sin embargo, en ningún momento perdió la sonrisa y su ¡amigo, amigo, barato, barato!

Pronto me di cuenta, que debía hacer algo si no quería que me arruinara el día. Fue entonces cuando me mostró una lámpara en miniatura y me dijo que aquella, al igual que la de Aladino, concedía tres deseos. Después de interminables minutos de regateo le compré la lamparilla con el propósito de quitarme al insistente vendedor de encima, y delante de él, formulé mi primer deseo: “¡Oh, lámpara mágica, haz que este pesado desaparezca de mi vista para siempre!” Seguidamente formulé que tuviera un gran día en aquella desconocida ciudad y ambas cosas se realizaron.


Cincuenta años más tarde he encontrado en un viejo cajón, aquel objeto olvidado y recordado que me quedaba un deseo. He pensado que no tengo nada que perder si lo uso para que se descubra pronto una vacuna contra el covid 19.  Si esto sucede, tendré que replantearme algunas cosas.

domingo, 9 de agosto de 2020

02. Cuatro minutos. Alicia del Caz López

Sólo la luna les vio entrar en el cobertizo.

Con las prisas del miedo y la pasión se quitaron la ropa. No había sido posible danzar a sus dioses en el emparejamiento, allí sólo cabían el Único Dios y un demonio, a los que ambos imaginaban rubios y claros de puro malos.

Él la agarró por los hombros al besarla; ella le abrazó la cintura.

Él bajó sus labios por el cuello moreno hasta detenerse en los pechos; ella llevó los suyos al brazo musculoso y bordeó suave los últimos latigazos, para que no escocieran.

Él dijo algo acelerado; ella le contestó.

Él la acarició las nalgas; ella, apretando las de él, le trajo hacia sí.

Él, pese a las prisas, entró despacio, para que ella no recordara la brutalidad del miembro del amo.

Y con ese balanceo, tan distinto al del barco que les trajo encadenados, los dos se estremecieron.

Mañana, bajo el sol, serían capaces de mirar, sólo por un momento, a los ojos del amo con orgullo africano, con la satisfacción de saber que todo su oro de blanco no había podido comprar esos cuatro minutos de libertad.