Hoy hay luna llena y, a las afueras, casi en el monte, un lobo se arranca a mordiscos los últimos jirones de ropa que quedan sobre su piel. Al terminar, se lame con gozo el pelaje recién estrenado; le brillan los ojos, olfatea, comienza a moverse, tiene hambre.
Hoy la luna está blanca y repleta. Desde el pueblo nadie escucha los ruidos que en el cementerio hacen las lápidas al arrastrarse lentamente hasta dejar una rendija, pequeña, no hace falta mucho espacio. Los zombis, una vez fuera, estiran sus huesos, airean su pellejo pegado y no se miran, no entienden de amistad, solo de carne fresca.
Hoy, bajo la luna redonda que a ratos ocultan las nubes, vuelan unos murciélagos distintos, más rápidos, más grandes, más negros, más ansiosos de sangre caliente.
Hoy hay luna llena y, ajenos a sus efectos, la miran los amantes después de hacer el amor, desde sus terrazas, dentro de sus coches en un camino, al pie de algún árbol del bosque…