Todos los días
cuando doy mi paseo matutino me cruzo, cerca del portal de mi casa,
con una joven con la que
intercambio una sonrisa, pero ninguna palabra. Me llama la atención la
alegría que refleja su cara, incluso parece que siempre va tatareando
alguna canción; es evidente que esta feliz.
Una de esas mañanas mientras deambulaba por las
calles de mi barrio, jugando con las musarañas en mi
cabeza, tropecé con un palo debido a mi distracción. Mi cuerpo se
tambaleó peligrosamente y presentía que el porrazo sería inminente,
cuando una mano salvadora evitó que me espachurrara las narices
contra la acera. Al volverme para agradecer
a la persona salvadora tan noble acción, comprobé que se trataba de la
misma
joven risueña de cada mañana. Pareció no tener prisa y conversamos
durante
largo tiempo como “viejas amigas”. No pude reprimirme preguntarle, cual
era su secreto para estar siempre tan feliz . Ella me
aseguró que a su lado caminaba un ángel de esos llamados de la guarda, y
que
escuchaba sus consejos y sus cánticos, lo que le producía unas ganas
locas de
cantar y bailar.
Algo debió pasar entre nosotras, porque desde entonces tengo
las mismas sensaciones que mi amiga y mis pies quieren lanzarse a bailar, pero
no sé qué hacer con mis muletas.