Me gustaba tanto…Tenía unos ojos que parecían de otro mundo, anaranjados, casi seductores; pelo blanco y labios sensuales; de piel nacarada, ejercía en mí un poder hipnótico, me apetecía tocarlo siempre; su cuerpo esbelto, pero con un andar a trompicones, llamaba mi atención…, hasta que me miraba, entonces perdía la cordura y entraba en pánico cuando susurraba con una poética romántica, versos picasianos.
Mis dudas surgieron porque lo conocí una noche a las afueras de la ciudad, bajando de una especie de campana de cristal, suspendida en una bruma plateada, pero como había bebido, decidí que no había oído que era saturniano. Así que una tarde decidí seguirlo después de nuestra despedida.
Salió a velocidad de vértigo y me costó alcanzarlo. A las afueras de la ciudad sólo me dio tiempo a contemplar cómo una corriente de aire lo succionó y en alguna parte del universo, con un destello de luz, desapareció.
Caí al suelo desplomada, llorando a moco tendido y con la dignidad de que fui capaz, recogí un puñado de arena y levantando el puño crispado, balbucí: “juro que nunca me volverán a engañar”. En aquél momento, como si hubiera llamado a las fuerzas de la naturaleza, un fuerte tornado me absorbió.
En un cielo atormentado, una neblina errante cogió mi mano, sus ojos anaranjados tocaron mi corazón y me sentí a salvo.