Julián va al cine de sesión continua casi a diario. No paga entrada, no se sienta, no elige el programa. Película, visite nuestro bar, película. Repetimos.
Julián trabaja en sesión continua casi a diario, entre película y película llega a casa con la mesa puesta y el tiempo justo para cambiar el arma por la linterna, la chaqueta marrón del cuerpo por la gris de acomodador y para intentar una siesta de veinte minutos si los niños, aleccionados por la repetida frase "que está papá dormido", esta vez no se pelean.
En el cine comienza la sesión, corre la cortina que solo abrirá levemente para iluminar el camino a los rezagados, recogiendo, a veces, una moneda. Ella es más de casa que de cine y, además, con cuatro hijos y tantas expectativas en sus estudios, los gastos son muchos, así que Julián, pegado a esa misma cortina, disfruta la película si salen Paul Newman o Robert Redford, él es de clásicos.
Con el The End en la pantalla, regresa a casa y vacía el bolsillo sobre la mesa del comedor. Cuentan juntos. Ciento cuarenta pesetas, anota Paquita en la libreta. Apagan luces, The End. Pero es sesión continua.
Repetimos.