Blog para enfermos, familiares, voluntarios y miembros de AdEla. El jurado valorará la historia, contenido, imaginación y creatividad y NO tendrá en cuenta la puntuación, ortografía ni formato, pues sabe las dificultades de algunos de vosotros para escribir. También puedes comentar microrrelatos ajenos con respeto y crítica positiva. Lee los microrrelatos publicados para que te anime a empezar. ¡Suerte!

martes, 23 de julio de 2024

03. Los veranos de mi pueblo. Epífisis. Parte 4 de 4.

Onán no era extremeño, pero nosotros practicábamos sus enseñanzas en compañía.


Alguna vez fuimos a espiar a las chicas, pero si se daban cuenta teníamos que salir por patas, porque nos amenazaban con los hermanos mayores que eran unos brutos.


La cena en el pueblo en verano era suave, quesos, jamón, morcilla patatera y de calabaza y vino con sifón para el Dios y los demás, agua. Además, una ensalada de tomates que llamaban rin-ran.


Mi Dios nunca llegaba a la hora y mi madre nos mandaba a la taberna uno detrás de otro, para buscarle. Nos encantaba ir, pues según entrabas, algún convecino decía “Lauro, ahí está uno de tus muchachos, a casa”, pero él no hacía ni caso nos daba unos cacahuetes y pedía otra ronda.


Cuando ya iba el último, pagaba y se retiraba abrazado al que fuera y a casa a cenar. Mi madre de morros. 


Después de cenar, un poco de tertulia en la mesa camilla y como no teníamos televisión se aprovechaba para limpiar las lentejas. Se vaciaba el paquete en el centro y metiendo la mano cada uno desde su sitio, las iba trayendo hacia sí y quitando los pedruscos que tenían. Si comprabas un kilogramo se quedaba en medio sin exagerar.


Mi padre adormilado y si rezábamos el rosario ya ni te cuento. Tenia truco, había que saberse el inicio y empezar alto y luego disminuías el volumen hasta terminar en un susurro. Mi madre se armaba con el matamoscas y daba igual a quién daba, fuera mosca o el que no seguía los misterios. A Dios nada, era muy injusta.


En el pueblo, existían tres o cuatro televisiones, nosotros íbamos a casa de unos parientes y entrábamos en la casa, pero en el borde de la carretera nacional se colocaban los vecinos que se traían sus sillas. El primo de mi padre colocaba la tele frente a la ventana y la abría y entonces se formaba como un patio de butacas en la carretera. Cuando pasaba un coche, cada uno cogía su silla y se retiraba para que pasara, pero era muy raro. Recuerdo pocos programas de aquella época, pues entre el sueño y la nieve, que a pesar de ser agosto caía siempre en Madrid no se veía casi nada.


La hora de dormir, era de toda la familia, entrabas en la cocina y te tomabas un tazón de leche con una nata que no he vuelto a ver en mi vida y mientras en tus labios notabas la porcelana descascarillada, veías en la mesa el sifón vacío y ya sabías el recado del día siguiente.


03. Los veranos de mi pueblo. Epífisis. Parte 3 de 4

En el recipiente se introduce un tubo acodado, el más largo hasta el fondo y el más corto con salida al exterior y lleva una válvula para evitar el goteo. El agua produce el gas que hace presión a su vez sobre el líquido y lo empuja por el tubo largo hacia el exterior. Un sistema de clavija o gatillo hace que la válvula ceda y permita la salida del agua carbonatada.


Yo había desconectado cuando empezó a decir el nombre del inventor, pero al terminar me preguntó y yo no supe que contestar. Me dictó unas cuantas frases y me dijo que lo copiara cien veces.


En el verano de los años 60, en Extremadura, la siesta era sagrada, quisieras o no, todos a dormir o por lo menos no hacer ningún ruido. Cosa imposible, pues nos metíamos todos en esa cama antigua de la abuela y a veces con primos y aunque la intención fuera buena, en pocos minutos las risas, los lloros inundaban la casa hasta que de golpe se abría la puerta y el Dios lanzaba sus rayos mortales y a quien Dios se lo dé, San Pedro se lo bendiga. Así hasta que al final salía nuestra madre y nos echaba de casa.


Para merendar, bocadillo gigante de mantequilla con dos onzas de chocolate o de jamón, bueno, del tocino fresco y sonrosado que hoy día despreciamos.


Los chicos por un lado con el aro, que había virtuosos que hacían maravillas gracias a la guía que se fabricaban en la fragua. Otros con la peonza, que ya no era sacar a la contraria del círculo, sino rajarla con la púa que introducíamos en ella. Otros con los boliches o canicas para jugar al guá. Las tabas eran más de las niñas, son de hueso, el astrágalo del animal y se jugaba tirando una al aire y recogiendo el resto dependiendo de la cara que ofrecen, picos, hoyos etcétera.


A las afueras había un pilón grande en un prado y allí íbamos a bañarnos unos días los chicos y otros las mozas. El agua era verdosa, el borde resbaladizo y nos tirábamos en pelota picada sin pudor ninguno. Luego secado al sol, un cigarrito si teníamos y comer la fruta de temporada, lo que se llamaba ir a garullas, que a veces el membrillo verde te dejaba la boca que parecía que no era tuya.

03. Los veranos de mi pueblo. Epísis. Parte 2 de 4

Cuando chupabas muy fuerte, veías como el polo se iba quedando blanquecino y al final solo era de hielo, pero estaba por lo menos frío.


El chicle era fijo y tenía que durar toda la semana hasta la misa de domingo a las doce, durante las comidas estaba prohibido sentarse con él en la boca. Según íbamos entrando en la cocina para comer, lo dejábamos pegados en la parte trasera de la tinaja de agua y a la salida nos peleábamos por coger el más rosita. De todas maneras, hacia el viernes ya eran de un color indefinido y de una consistencia pétrea. Había algunas soluciones para mejorarlo, como masticar a la vez el chicle con una mina de los lápices alpino de colores, pero solían quedar como con tierra.


En el pueblo vivía una niña de nuestra edad, que era especialista en mascar tu chicle y tu mina y te lo dejaba suave y teñido perfectamente. Había que pagarla con botones, tabas o cromos y se llamaba Toñi “la hilvaná”, que era el mote de todas las mujeres de esa familia, se supone que alguna ancestral saldría un día con una falda hilvanada.


Durante la comida, mi padre ese día, descendió del Olimpo y nos sorprendió con una clase magistral sobre los sifones que aún recuerdo. Que yo lo recuerde, no es fruto de mi inteligencia, sino de las veces que me lo hizo escribir por estar pegándome con mi hermano por debajo de la mesa.


Nos relató que el inventor del sifón fue un clérigo disidente inglés llamado Joseph Priestley, que era científico, teólogo, filósofo, educador y teórico político, que tuvo que huir en 1791 a los Estados Unidos, porque proclamaba la independencia de América y el triunfo de la revolución francesa. Descubrió el agua carbonatada, pero pasó mucho tiempo hasta que una empresa argentina creara el sifón recargable.


Por similitud de un líquido que asciende por un tubo, se llama sifón al recipiente hermético que contiene el agua carbonatada o agua de Seltz o soda o gaseosa. En España decimos, dame un tinto con sifón, pero está mal dicho, porque lo que te echan es el agua carbonatada que está en el interior a presión, mantenida por el equilibrio entre el CO2 disuelto en el agua y el gas libre.


Como a veces explotaban, se les colocaba una malla metálica y en cada comarca existían multitud de fábricas de sifones y de gaseosas, cada una con nombres de la zona.


03. Los veranos de mi pueblo. Epífisis. Parte 1 de 4

En Extremadura, en agosto, atravesar cualquier plaza para ir al colmado a por el sifón, solo es posible si uno es niño, porque hasta los pajarillos caen redondos. Además, se da la circunstancia, de que ese niño tiene que ser el pringao de la familia.


El calor es seco, asfixiante y hace boquear, la cabeza se calienta, la ropa ni se moja de sudor y los pies se pegan a la zapatilla y al cemento. Llegas al colmado y lo primero que ves en el suelo es el barrilito de arenques secos colocados helicoidalmente. Penetras por la cortina de múltiples cordones, con cilindros verdes de madera que producen ruido, que, si no fuera por el tendero, estarías media tarde haciendo música.


En el techo colgando, tiras de un papel enrollado pegajoso llenos de moscas y en el mostrador, platillos como con azúcar llenos de lo mismo. Ya no hay moscas como las de antes, eran inteligentes, pertinaces, vamos, cojoneras. Por eso en las mejores mesas camillas, no faltaba el matamoscas o el fu-fri  como llamábamos al DDT.


En el mostrador, el surtidor de aceite que, si tenías la suerte de verlo funcionar, era una maravilla, subiendo y bajando los émbolos.


El suelo lleno de sacos con el embozo vuelto enseñando garbanzos, judías, arroz, lentejas, harina etc. etc. 


Entregabas el sifón vacío al orondo y sudoroso tendero y él te daba otro de la fábrica Loreto de Talavera de la Reina, que sacaba de una caja que tenía al fondo tras una tela de saco como cortina.


El colmado era como un castillo por descubrir, debía de tener muchos secretos y tesoros, sin hablar de los dulces y caramelos que se veían a simple vista.


En el pueblo los niños no llevábamos dinero nunca, todo se apuntaba, ya vendrá mi madre, al final de la semana vendrá mi padre. Así era imposible sisar, dependíamos de la generosidad del tendero, que era poca.


Costaba salir otra vez a la carretera, pues la Nacional V atravesaba el pueblo y el asfalto se reblandecía, olía como a brea, como si lo acabaran de poner. A veces cuando el calor era infernal, te echabas un trago a presión y otro por la cabeza, y cuando entrabas en casa lo dejabas corriendo en la fresquera y te ibas al patio.


Se comía en la cocina, porque era el sitio más fresco de la casa de muros de adobe y a la entrada, en una cantarera teníamos una tinaja de agua, tapada con una madera y encima un cacillo desportillado de uso común y estaba siempre fría.


Éramos cinco hermanos y nos daban nuestros padres una peseta por el domingo y con ese dineral, pocas cosas se podían comprar, el chicle Bazooka ya costaba dos reales y un cubilete de pipas otros dos, por eso poníamos a secar las pepitas del melón y de la sandía al sol y cuando podíamos también las de la calabaza. Entonces con los dos reales o te tomabas una leche merengada o un polo, que era completamente artesanal.


El pipero rascaba con una rasqueta con forma de cajón alargado un bloque de hielo y cuando le daba forma y le ponía un palo preguntaba si lo querías de fresa o de menta y entonces de unas botellas esparcía el líquido por la superficie.


sábado, 20 de julio de 2024

02. La canícula de Holderlin. Julián Rumbero Castro

El aliento sofocante de la canícula anima la pereza desde que amanece hasta los abrazos rosados del atardecer. Dos ríos paralelos desembocando en el mar de la fatiga.

La canícula también traza un paralelismo entre el soñar y el pensamiento; Doncel Vara insiste en que no es lo mismo comprender que entender. Corazón y alma para aquello, y hemisferios cerebrales para esto. Es su sentencia, mientras recuerda a Hölderlin que dijo, “el hombre es dios cuando sueña, pero sólo un mendigo cuando piensa”.


Ahora, recostado en la ancianidad de un roble de la carbayera gijonesa de Tragamón, Doncel, un hombre ni joven ni maduro, vamos, que vive entre Pinto y Valdemoro, rezonga junto al árbol. Ocupa su cabeza en interrogarse sobre la vida social de dos abejorros que zumban alrededor. O cuenta con los dedos las sílabas de un haiku con el que trata de comprender el amor entre una gota de agua y una brizna de hierba que llamaron su atención cerca de allí, en la fuente de Deva. Sin embargo, la frustración amenaza con naufragar el velero de su cabeza.


Entonces le acaricia una brisa fresca y Doncel Vara cede al pigazu. Durante esa breve siesta será el dios de Hölderlin.


lunes, 15 de julio de 2024

01. El tiempo en una nube. Santa

En el río un insecto zapatero (Gerris lacustris), remaba con sus patas a contracorriente, el fondo ondulante con cantos rodados y algas.

Cogió el móvil y se puso grabar. Cuando estaba casi rozando el agua, sin pensarlo dos veces, lo sumergió lentamente. El agua estaba fría, a los ocho segundos sacó el iPhone igual de lento que hizo al sumergirlo.

Sesenta segundos de grabación que compartió por whastapp con Joan Manuel. Al verlo, sentado en su silla de ruedas, le pareció como si nadase entre aguas bravas, para luego bucear en el agua dulce del río donde las burbujas de aire jugaban alrededor de las piedras de colores y plantas acuáticas.

Cuando terminó el video tuvo la sensación de estar empapado de agua.

Solía recibir vídeos grabados por Rodri. Fotos en las que aparecía un perrín en primer plano y luego un cielo esculpido de azul que era conquistado por un ejercito de nubes recién levantadas cargadas de sueños.

El mismo azul con nubes cargadas de blancos que brillaban en verano mientras desayunaban en la terraza del bar, un zumo de naranja, la tostada de pan con tomate y un café; para terminar la jornada en la oficina. Diez años juntos, compartiendo sus vidas; con sueños y pesadillas que el tiempo hizo realidad.

Ahora, ya jubilados, Rodri sabe que nada le falta a Joan Manuel. Quizás una sonrisa, la que intenta rescatar contando con imágenes la anécdota del día. Remar con una sonrisa es más fácil.

           

viernes, 28 de junio de 2024

JULIO Y AGOSTO: verano, sol, buen tiempo y mejores paseos.

Entramos en el verano, época de días largos y buen tiempo. Días que empiezan tempranito y acaban tarde, charlando al amor de una cerveza en la plaza del pueblo, o en pleno paseo por las dehesas o las montañas de las afueras de tu ciudad.

El tiempo parece crecer en verano, como si diera tiempo a más cosas, como si los planes se completaran solos: se lee, se pasea, se charla... y hasta se duerme más. Y es un gusto descansar a mitad del día echándose una siesta reparadora, sabiendo que aún nos quedan muchas horas de luz a nuestra disposición, para acabar el maravilloso día que ha amanecido solo para nosotros.

Así que, para qué demorar más la entrada del verano. Comencémosla desde hoy, finales de junio. Ya podéis empezar a pensar en los microrrelatos que vais a enviar y compartir con todos los amigos del blog. Eso sí, no los podré publicar hasta el 15 de julio, ya que hasta ese día estoy fuera.

Os deseo las mejores vacaciones que podáis soñar, que cumpláis vuestros sueños veraniegos y que vuestros paseos os fortalezcan las piernas y el ánimo, que valen tanto para una cosa como para la otra.

Nos leemos.

martes, 18 de junio de 2024

01. Que ría y llore agua. Julián Rumbero

 

Amanecía junio, pronto sería tarde, así que la operación de ayuda se puso en marcha. Vicente madrugó porque aquella misión despreciaba a los perezosos. El mar madrugaba también retirándose al otro lado del mundo, desnudando los pedreros del este. Allí comía su legión de voluntarios, cuyas cabezas aun lucían un tocado primaveral color chocolate. Contó más de cien, suficientes en un primer desembarco en las tierras vaciadas de agua y niños. 

Se dirigió a Margot, la veterana, y le preguntó si estaban preparados. Batió sus alas y emprendió vuelo. Raúl, el más joven, la siguió y luego los demás, formando una nube de esperanza.

Hubo un tiempo en que el navegante, al ver gaviotas, sabía que muy pronto habría de gritar, ¡tierra a la vista! Ahora, cuando las pocas mujeres y hombres que jadean en las tierras trémulas y vacías de agua, vean llegar a Margot y sus compañeras, Vicente confiaba en un grito de !mar a la vista!

Tal vez esas personas lloren de alegría. Quizás les emocione su perplejidad y hasta haya nubes cargadas de esperanza tras las aves con boina.

¿Acaso no llovieron ranas? Pues ahora, pensó Vicente, si una paloma dibujó la paz, aves marinas saciarán la sed de los desiertos en que se andan convirtiendo muchas almas castellanas.

 

martes, 11 de junio de 2024

Como ya sabéis, el próximo día 21 de junio es el día mundial de la ELA y este año lo vamos a celebrar a lo grande y en el mejor sitio del mundo: en el ZENDAL. Podemos decir, con todo el orgullo y la alegría de la que somos capaces de sentir y manifestar, que es un sueño hecho realidad y, por lo tanto, nos gustaría compartirlo con todos vosotros.

Para ello os proponemos dos cosas: que nos veamos allí para compartir esa experiencia todos juntos y que expreséis en este blog, lo que sintáis a través de microrrelatos, relatos, historias o lo que os surja.

Aquí os dejo las actividades del día 21 de junio. 
Nos leemos. Nos vemos.






jueves, 6 de junio de 2024

Bienvenidos a junio

Entramos en junio, un mes soleado, cálido, pero aún florido y hermoso. Empiezan los calores, pero no la canícula, para esa hay que esperar a julio-agosto, así que podemos aprovechar para dar paseos a casi todas las horas del día. Aún circulan las nubes que regalan sombras itinerantes allá por donde van y, en ocasiones, se nublan los cielos y podemos respirar un poco más a gusto o tomar una cerveza en cualquier terraza sin temer al sol.

Este mes debemos prepararnos para el largo verano, sobre todo los que vivimos lejos de la costa norte, porque hasta aquí no llegan las borrascas oceánicas, ni las brisas marinas, aunque sí tengamos gaviotas. Aquí el viento es cálido, seco, aunque aún no queme, como pasará el mes que viene.

Así, entre sombra, nube y siesta, podéis inventar historias para contarnos en este vuestro blog.

Os esperamos.

lunes, 27 de mayo de 2024

04. La butaca de Eire. Julián Rumbero

Llueve y el viento voltea su paraguas, cerca de la puerta. Simón Rimaldi lee su cartel y sonríe. Abandona su paraguas en un contenedor de reciclaje cerca de aquella iglesia. Ha sido su compañero durante los últimos diecisiete días. Todo un récord tratándose de Simón Rimaldi.

Dentro, la imagina en alguna dependencia anexa, o tapada por quienes se interesan por una edición conmemorativa de Rayuela. Quizás agachada detrás del mostrador.

Ve el butacón orejero de tela verde, se sienta y espera. Lorena, la joven, amable y única trabajadora además de propietaria de La librería de Eire, le saluda al tiempo que le entrega una edición descatalogada de La voz a ti debida.

Lorena vende bastante. Sobre todo, ensayos y novelas feministas, y mucha poesía, como si alguien empujase el mundo con esa esperanza.

Cuando amaina el viento y deja de llover, Simón Rimaldi se levanta y devuelve el poemario de Salinas, que es suyo y había dejado en la butaca en la primera visita. Se va acompañado por Lorena hasta la puerta. Le agradece la visita porque siempre que viene, anunciado por una terrible tormenta, la Librería de Eire vende bastante.

Pero Simón siempre le dice, señalando el letrero, “el viento se llevó la L de Leire”. Lo sé, responde Lorena. Pero no me preocupo, también sé que tú seguirás buscándola.

 


lunes, 20 de mayo de 2024

03. Una profesión de riesgo. Gema Herráez.

Había empezado a llover, tímidamente primero, con fuerza bien entrada la mañana. A Julia le fascinaba ver cómo el agua formaba ríos que surcaban las calles en busca de un mar inexistente.

“¿No os parece un espectáculo maravilloso?”, preguntó a sus amigos, que esa tarde habían ido a su casa a celebrar su cumpleaños.

“A ti, Julia, te fascina todo lo que puedas ver desde tu ventana”, dijo Rafa haciendo que Julia dibujara en su cara una indiferencia impostada.

“A vosotros, por el contrario, os fascina poner en riesgo vuestra vida escalando paredes imposibles, descendiendo a barrancos o tirándoos en parapente entre montañas. ¿No os basta con tener profesiones de riesgo? Tú, Rafa, bombero. Tú, Silvia, policía, desmantelando bandas peligrosas. Y tú, Diego, colgado de un arnés encofrando edificios”.

“Venga, Julia, ¿te animas a venir a los fiordos helados y sumergirte en cuevas de hielo?”

“Ni loca”.

“Anda, saca tu postre estrella, que es lo más arriesgado que haces. Manejar la batidora, maquinaria peligrosa. Y, ¿qué me dices de meterlo en el horno y sacarlo?”  

Una sinfonía de risas desacompasadas inundó el salón.

Acabaron la velada hablando de sus respectivos trabajos.

Julia era bibliotecaria y siempre le decían que menuda profesión de riesgo la suya, haciendo sorna.

Al día siguiente, cuando Julia fue a trabajar, comprobó cómo la lluvia caída el día anterior había causado daños en la biblioteca. Mientras recorría uno de los pasillos y oía cómo unos operarios intentaban mover una estantería, ésta se tambaleó cayendo y quedando apoyada en la siguiente. A Julia no le dio tiempo a reaccionar.  Como una broma macabra del destino quedó enterrada entre libros de aventuras y guías de viajes.


jueves, 9 de mayo de 2024

02. Esa mañana llovía a cántaros… Rosa Molina

…y todos nos apelotonamos en la salida del Metro esperando a que escampara. El agua bajaba las escaleras con prisa, como queriendo subir al vagón para ir lejos, mientras mirábamos la rabiosa cortina de agua que, como una jaula, nos impedía seguir con nuestros planes. Tiritando, examinábamos los paraguas que vendía en el pasillo un mantero africano, con la certeza de que valían más para quitar el sol de la coronilla que para ese aguacero.

De pronto, un hombre cayó al suelo entre espasmos, la mano en el corazón, robando bocanadas al aire. Me agaché, cogí su mano, y llamé al 112. Entonces, el africano atravesó el corrillo de curiosos, le calmó, metió una pastilla en su boca y le dio masaje cardíaco. Antes de irse en la ambulancia, el enfermero le felicitó por su saber hacer y le preguntó qué hacía un médico vendiendo paraguas.  En una guerra nadie puede elegir su futuro, le contestó.

Todo el mundo le compró un paraguas. Yo, además, le invité a un café.  Él, a cambio, me regaló su tiempo, largos paseos por la Casa de Campo y dos niños preciosos, de enormes ojos oscuros.

lunes, 6 de mayo de 2024

01. La tormenta perfecta. Epífisis.


Un amigo de la urbanización con un coto disponible en la sierra norte de Guadalajara, zona de Cogolludo, me ofreció un puesto de caza de jabalíes a buen precio y acordándome de mí cuñado, experto en monterías y trofeos, hablé con él y lo contraté.

Amanecer de sábado frío y lluvioso, yo que de cazar, lo que me gusta es el almuerzo, el taco y las migas o caldereta, iba vestido como para ir al cine en la Gran Vía, pero con botas, recogí a mi cuñado que ese sí iba pertrechado con zahones, guerreras de camuflaje, escopetas y rifles varios, cuchillos de monte, asiento trípode, gorrito de cazador con pluma (el gorro, no él) y mochila con adminículos varios.



En Madrid caía un chaparrón y estuvimos a punto  de retirarnos, más nos valdría haberlo hecho. Con la esperanza de que en Arbancón hiciera mejor para la hora del desayuno, iniciamos la caza.

Con los comentarios típicos de cuando se va de caza, es decir los trofeos conquistados en los últimos años, las piezas cobradas en un día y aquél conejo saltarín del motel de mi Extremadura del año 1975, hicimos el recorrido.


Desayuno frugal para nuestro gusto, nada que ver con los torreznos de mi tierra, embutidos y cazalla de la de carraspear, la verdad que el puesto era barato, pero es que además no daban taco y nosotros no llevábamos avituallamiento de ningún tipo.

Sorteo de puestos y nos colocan en el borde de un camino rural a mitad de la sierra, piedras y pinos por arriba y por abajo, con una visibilidad de un trozo pequeño de terreno y lloviendo a raudales. Yo sin gorro, a la media hora, el agua se deslizaba por mi espalda hasta llegar al canal del culo, un frío de espanto, las manos en los bolsillos. Mi cuñado, horror, se había olvidado de los guantes y como tenía que coger las armas, los dedos los tenía como marmolillos y amoratados. Me dijo que si salía algún guarro, no podría disparar.


Le dejé dos calcetines de lana blancos de tenis largos que mi mujer, práctica ella, me había metido en mi mochilita por si se me mojaban los que llevaba puestos. Se olvidó de los calzoncillos, pantalones de franela de repuesto que los que llevaba para entonces estaban empapados y pesaban lo suyo.

Ver a mi cuñado agazapado, con el rifle y los calcetines blancos hasta más arriba de los codos, me produjo un ataque de risa histérica que me hicieron callar los de los puestos vecinos.

Mientras, no paraba de llover, no se oían ni a los perros, nosotros callados porque es un profesional, él atento y yo sentado en el trípode que casi se me introduce por el culo, por lo pequeño que es y por mi volumen enorme.

 

En éstas empiezo a oír como el ruido de las cigüeñas de la torre del pueblo de mi padre, me vuelvo y era el castañeteo de mi cuñado, que como tiene prótesis dentarias completas, parecían las castañuelas de Lucero Tena. Como soy su estomatólogo y familia política, disimulo, pero a la media hora los nervios estaban a punto de saltar.


Le pregunté si no llevaba el supercorega extraextraforte y al asentir, le dije venga, hombre.



 Se quitó el guante como Rita Hayworth y otro ataque de carcajadas asoló la ladera, se puso triple dosis en las dentaduras, se las encajó y mordió con fuerza. Yo le miraba extasiado cuando vi que de sus comisuras rezumaba el gel, que se solidificó en un instante por el frío y se le quedó una sonrisa sardónica como al malo de Batman.

 Durante el resto de la mañana, no fue capaz de articular palabra, vamos ni de abrir la boca, las cigüeñas habían volado, seguía lloviendo y nadie, persona o animal vimos, bueno a mi cuñado sí, pero no daba un pío.


Empecé a temblar yo y decidí retirarme a mi coche que estaba cerca a riesgo de recibir un tiro, que para entonces todo me daba igual y a mi cuñado también, pues no me replicó. Cuando pasó el coche escoba, le seguimos pensando en la comida, pues estábamos hambrientos y ateridos. No se cazó nada, bueno, no se disparó un tiro, lo único una merluza del puesto 3 que debía ir pertrechado con petacas varias.

Con  la caldereta delante, el temblor de mis manos me impedía comer y pasó media hora hasta que pude entrar en calor. A mi cuñado le tuvimos que meter entre varios una cuchara y varios cuchillos romos entre las dentaduras y forzarlas hasta que con un crack sonoro que se volvió todo el restaurante, lo conseguimos.

La vuelta, sin hablarnos, ni poner música y pasamos de largo un motel que habíamos atisbado a la ida y que prometía conejos vivos y saltarines.

Al entrar en casa mi mujer me iba a echar la bronca como siempre, pero cómo me vería que me mimó y me dio friegas.

Al vecino le he retirado el saludo.



viernes, 3 de mayo de 2024

Mayo: bienvenida la lluvia

Empezamos mayo, mes lluvioso, cálido, ideal para pasear por jardines, campos y senderos. La primavera todavía está radiante y la brisa fresca nos invita a despegarnos del sofá para disfrutar del verdor de las praderas, para oler el aroma de las flores que rivalizan para atraer a las abejas que tienen tanto trabajo que no saben ya a qué flor polinizar primero.

Nosotros también estamos esperando vuestros relatos, necesitamos que nos polinicéis con vuestra imaginación, florecer con vuestras palabras. Queremos encender la hoguera de la cueva para, en la noche cerrada, abandonarnos a vuestros relatos y así creer, tener la certeza, de que todo esto tiene un sentido. 

Aquí os esperamos. Al cobijo de la lluvia. Gracias por estar ahí.