Cuando definitivamente tuvo que cerrar su negocio, la vida de Evaristo se convirtió en una película de terror en sesión continua.
La crisis económica se lo había llevado por delante y arrastrado más allá de la ruina financiera. Cuando no pudo afrontar el pago del recibo de la luz, le cortaron el suministro y su mujer lo abandonó llevándose a su hija.
Había perdido su negocio y su familia ¿Qué más, podía perder? En ese momento recordó que debía cinco recibos de la hipoteca.
Las bestias se le aparecían en sueños para hacerse realidad al despertar, en forma de reclamaciones por morosidad, hasta sus vecinos le miraban mal porque no pagaba la comunidad.
Salía a la calle sin rumbo fijo y la mirada perdida, cruzaba la calzada sin mirar y solo los reflejos del conductor le salvó de ser atropellado por esa bestia que es el camión de la basura.
El día en que el banco lo desahució, se echó a la calle en busca de la bestia más bestia de todas. Que cada día engullía a miles de personas con sus decenas de bocas repartidas por toda la ciudad.
Evaristo bajó las escaleras con paso decidido.
El vigilante no entendió por qué un hombre aparentemente
”normal” se arrojaba al metro por no haber pagado el precio de un billete.