Una sonrisa asomaba entre tus labios,
la atrapé cual preciosa mariposa
para dejarla marchar,
y, así, gozase el mundo de belleza.
Una lágrima escapaba de tus ojos,
prisionera de tristes melancolías;
la recogí
y te la devolví transformada
en profundos multicolores.
¿Por qué la alegría y la tristeza
se turnan a menudo en mi semblante?,
me decías.
Yo te contesté:
La tristeza se empeña en hilvanar heridas
que ciñen la mente,
anclándola en islas subterráneas,
en pozos sin fondo,
oscuros, tenebrosos.
Mas, cuando la alegría la encuentra,
la deshace en jubilosas cascadas,
irradiando deseos, sueños, amores,
esperanza;
imposibles viajes homéricos,
que tejen y destejen
la felicidad y la desdicha
en un único ser:
sencillo y luminoso,
misterioso y complejo.
A veces siento que es un capricho del
azar;
un duende que hace una travesura;
un hada que atina por casualidad.
Por un beso torpe,
por una caricia rota,
por un “te quiero” sordo.
¡Siempre hay una ventana entornada
para que se cuele el Abrazo de la
Vida!