Blog para enfermos, familiares, voluntarios y miembros de AdEla. El jurado valorará la historia, contenido, imaginación y creatividad y NO tendrá en cuenta la puntuación, ortografía ni formato, pues sabe las dificultades de algunos de vosotros para escribir. También puedes comentar microrrelatos ajenos con respeto y crítica positiva. Lee los microrrelatos publicados para que te anime a empezar. ¡Suerte!

viernes, 31 de agosto de 2018

08. Soledad. Santa

Coincidimos una semana en las vacaciones de julio en el valle del Loira. Cuatrocientos kilómetros por delante. Un grupo desparejado, islas perdidas sin ningún archipiélago que las recoja. Ocho náufragos, ocho almas como estrellas fugaces, sin lugar de destino.
Violeta no paraba de hablar de sus proyectos mientras pedaleábamos paralelos al rio. Iris compartía habitación con ella, era su antagonista: discreta, inteligente, sensible; su voz era como una sabana de terciopelo que cubría el vacío de otras conversaciones. Cuando llegábamos cada día a nuestro destino, Violeta salía desesperada al bar, a tomar un tercio de cerveza sin esperar por nadie; Iris la seguía, como un ángel de la guarda.
Álvaro tenía la espalda rota, con una prominencia en el pecho; como si el corazón se quisiera escapar y una joroba en un lado de la espalda. Siempre llegaba el último, pensábamos que por el cansancio; pero luego supe que era porque iba sintiendo cada pincelada que daban los árboles, las piedras de los castillos, los pájaros y el agua hasta formar un paisaje infinito.
María, Cecilio y Alicia acompañaban en silencio el trascurrir de los días. Había una chica rubia bajita bien proporcionada. Competíamos con el viento en contra y yo la ganaba, a fuerza de reventar mis piernas. Luego me dijo que no competía, que quería ir sola. Sentir que no había nadie más en esos caminos que marcan el destino de cada uno.
Álvaro y yo nos hicimos amigos, como si tuviéramos seis años. Me contó que había perdido a sus padres un mes antes del viaje. Cuando quedamos para comer, nos reímos y bromeamos inventando historias X con la rubia.
Ah… queréis saber el nombre de ella: Soledad.

viernes, 24 de agosto de 2018

07. Palabras de agosto. Julián Rumbero Castro

Mario inventó un juego para aliviar el cansancio que advertía en los ojos de Nieves. Propuso atribuir a cada mes una característica que considerase especial. Y que, para hacerlo, empleara algún objeto o calidad. Así, bastaría con una palabra para jugar sin cansarse aún más. Ella sonrió. La idea no era mala le decían el océano de sus ojos. Empecemos pues, se dijo muy ufano. Era agosto.
Con la dificultad que crecía cada día en la misma proporción que crecía sus arengas, Nieves dijo “¡farolillos¡”. Le llevó un tiempo que en otras personas parecería largo. No exclamaba su voz de pajarito herido, eran sus ojos marinos. A Mario le gustó la elección y recordó las verbenas veraniegas junto al puerto del pueblo de pescadores donde nació. Y exclamó a su vez “¡fiesta¡”. Y luego Nieves murmuró “música” y su amigo la acompañó con “voladores”. Así siguieron hasta que Flor, siempre prudente, con una voz cálida, dijo la suya: “siesta”. Y los tres se rieron. Nieves despacio, apenas un susurro; Mario como un volcán y Flor con la paciencia de sus manos expertas que prodigaban cada día los ejercicios imprescindibles.
Nieves ya no está, se fue en agosto, o eso dicen, aquí están las palabras. ¿Cuáles son las tuyas, piadosa lectora?

jueves, 16 de agosto de 2018

06. Veranos del pasado, no muy lejanos. Antonio Nieto


Hace ya muchos años, o quizás no tantos, mis padres se empeñaron, por eso de la salud, que pasara los veranos en un pueblo de Guadalajara, en casa de un familiar.
Al principio la idea de quedarme con desconocidos, en un ambiente tan distinto de mi barrio, me preocupaba.
El primer día de mi llegada me sentí extraño y avergonzado, sin apenas poder pronunciar palabra. Mis familiares “lejanos” resultaron ser dos personas cariñosas que me acogieron con alegría, aunque su hijo, Juanito, que era de mi edad, me hizo una radiografía corporal con gestos indefinidos, tan pronto me vio aparecer por el umbral de la casa. 
Cuando Juanito me presentó a sus amigos, estos me observaron con curiosidad, supongo por mi refinado lenguaje, como habitante del lejano planeta Madrid.
No obstante, fue comenzar a dar patadas a una pelota hecha de trapo, a la cual perseguíamos como posesos, cuando cualquier barrera cultural o de otra índole desapareció.
Hoy todavía recuerdo, con cierta nostalgia, los juegos en la era, los pequeños robos de fruta en las huertas y el levantar las faldas a las chicas y salir corriendo, sin saber, el porqué.
Bueno, os dejo que tengo que jugar a la Play con mi nieto y todavía no le he cogido el truco.

miércoles, 8 de agosto de 2018

05. Veranos del pasado. Almudena Verdejo.




Hace años que Rosalía me decía que se iba haciendo mayor, hasta que un día cerró la frutería.

Ahora, después de mucho tiempo, he vuelto a coincidir con ella en un centro de día de mayores, donde realizamos muchas y variopintas actividades. 
Allí estamos acompañadas de muchas amigas y aprendemos manualidades para ejercitar los dedos, al tiempo que nos entretenemos. Incluso poseemos un cuaderno de deberes, como cuando íbamos al cole.

Mi amiga me dijo que la semana pasada, justo cuando me ausenté unos días  por estar un poco flojilla, celebraron en el centro una fiesta de abuelos, a la que estuvieron invitados los hijos, nietos y bisnietos. ¡Qué risa, cuando contaba que su nieto de seis años hizo de camarero!” ¿Te apetece una empanadilla, un pincho de tortilla…, abuela?”, le preguntaba con cierto desparpajo el pequeñajo, mientras hacía explotar un globo.

Curiosamente, aquel ambiente, por un instante,  le recordó a las fiestas de verano de su pueblo. “¡Qué recuerdos del día de San Juan con las hogueras y las sardinas a la brasa o la procesión de la Virgen del Carmen cantando la salve marinera!”, exclamaba, gozosa, y que ahora solo puede ver por televisión.

Rosalía sigue siendo una mujer muy activa llena de ilusiones, y me alegra verla rodeada con tantos amigos y familia, pues refuerza la dicha de hacerme mayor y  seguir disfrutando de la vida.

04. Ilíadas de barrio. Rosa Molina



Eran menos, pero mayores y más brutos. En seguida se hicieron los amos de los coches de choque. Nadie soportaba sus violentas sacudidas, ni bajar del coche temblando, humillado  y con sus risas de fondo.

Pero eran las fiestas del barrio, la única semana divertida del año y no podíamos consentir que unos macarras nos espantaran como a moscas. ¿Qué hacer? Pegarnos no era opción, nos machacarían con soplarnos. Teníamos que ser más listos, pero ¿cómo?

Al día siguiente me fijé que la atracción se ponía en marcha accionando una palanca. Corrí al taller de mi padre, cogí una pequeña barra de hierro y la metí, sin que nadie me viera, en la holgura de la palanca. Cuando ellos montaban, no funcionaba; cuando montábamos nosotros, sí. Parecía cosa de los dioses. El dueño, extrañado hasta la médula y harto de rugir y revisar el motor y los cables, acabó por echarles a empujones, amenazándoles con el puño si volvían por allí, mientras nosotros chocábamos sin parar muriéndonos de risa.

Al poco rato les vimos en el barco pirata. Ellos subidos; los demás, abajo. Cogí mi barra de hierro. Me sentí Ulises a las puertas de Troya.