En este momento me dispongo a coger el tren, no sé todavía el destino, el rumbo sí, me voy al Norte, huyo del calor agobiante que me asfixia, de la rutina que me tiene amarrada al ordenador; pensaréis que soy afortunada por teletrabajar y yo también lo pienso, a veces. Así que, como no coincido con ninguno de mis amigos, he decidido irme sola, a la aventura.
Me siento al lado de la ventana y enfrente de mí se presenta Akram, un hombre árabe de Chauen, Marruecos. Yo me quedo fascinada y hablamos de su país, del mío y de nuestro próximo destino, que yo elegiré según me vaya acercando; él ríe, sorprendido, porque él lo tiene claro, quiere explorar Asturias, concretamente los alrededores de los Picos de Europa, está buscando un sitio donde establecerse como carpintero, principalmente, yo le digo que le envidio, ¡ojalá pudiera hacer lo mismo! Akram ha tomado muchas decisiones difíciles, sobre todo dejar atrás a sus seres queridos para seguir avanzando, dice; yo le miro hipnotizada por su claridad y su valor, no es mayor pero es un sabio filósofo de la vida; siento que, a diferencia de él, yo sólo sé bucear en mi insatisfacción.
Esta experiencia hizo que siguiera repitiendo aventuras en solitario y por otros países, hasta dedicarme completamente a ello y ser con lo que me gano la vida; aquellas charlas y rutas por la silenciosa y divina naturaleza, hizo que encontrara mi propio silencio interior con el que dialogar, una incursión que no tiene fin.