Mis recuerdos brotaban como un géiser violento, agitando las velas de mi barco, ya maltrecho por la tempestad de los años; menos mal que era un bajel de altura y su fuerte caparazón podía con todos los piratas que se acercaran, o eso quería creer yo...
Se amotinaban mis pensamientos: por un lado aparecían los deseos no realizados, con un regimiento de piratas reclamando su botín, y yo sólo sabía disculparme; los proyectos llevados a cabo, los importantes, me habían dejado jirones en la piel y todo eran reproches.
Ya estaba pensando que este combate no lo iba a ganar, cuando se me ocurrió la firma de un armisticio, buscar otro momento más propicio, donde ganar o perder no fueran términos absolutos ni excluyentes. Quizá cuando las olas no fueran tan salvajes y me hubiese desprovisto de mi sutil armadura, podría navegar hacía un puerto seguro.