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martes, 16 de junio de 2020

03. Un nuevo oficio. Julián Rumbero Castro

Medio adormilado aún por la anestesia exclamó ¡vive dios!, como los piratas cojos, tuertos, crueles, con loro o sin él. 
Tragó como tiburón la mayoría de las palabras de Rosa y descartó el nombre por recordarle el suyo, Hermenegildo.
También naufragaron las palabras de los colores, de las criaturas transparentes, de las enormes o del nácar. Pobre como era ya antes del covid no necesitó ningún cofre.
Su soledad recordaba que sus ojos no conocían otros, que nadie le esperaba en un puerto seguro, no sabía de ninguna isla ni tenía tesoros. Tampoco una sirena que amar ni un horizonte donde vislumbrar su destino y remar hacia él. Carecía de un mapa. 
Era su propia red, estaba sediento y recordó que el mar sólo le acogería cuando fuese la hora de regresar al agua, ya que todos somos dos tercios de ese elemento.
Se palpó la cara. Le faltaba un ojo cubierto su lugar con un apósito. La operación había sido un éxito y como no esperaba la visita de ninguna mujer se conformó con la gaviota posada en el alfeizar de su ventana.
Se palpó la pierna, el accidente laboral había seccionado su compañera, Bueno, se dijo, puedo utilizar el palo de la escoba y hacerme una pata de palo, estoy tuerto y ese pajarote podría amistarse conmigo como el loro de John Silver el Largo.

En cuanto salga de aquí buscaré trabajo de pirata. Sobrevivía.

3 comentarios:

  1. Conviertes la sorpresa de una carencia importante sobrevenida de sopetón en ganas de experimentar nuevas sensaciones.Es un placer leerte, Julián.

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  2. ¡Una botella de ron para el caballero del parche! Que se la ha ganado ;)

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  3. El giro del relato es magistral, Julián. Lo bueno de vivir sin mapa es que siempre puedes inventarte un rumbo, claro que sí. Un abrazo,

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