Desde su ventana veía pasar cada día los trenes; unos de cercanías y otros de larga distancia. Unos eran expresos y otros de alta velocidad.
No entendía que había pasado en su vida para quedarse parada en la estación de invierno.
Alguna vez que hizo la maleta, alguien se la deshacía salpicándola con lágrimas densas, llenas de recuerdos, de cuando eran felices.
Hubo un día que África llegó hasta el parque que da a la estación, pero delante de la taquilla se le congeló la voz y sin decir nada volvió por el camino de la rutina a casa.
Sus hijos volaron de un año a otro.
Un viernes, de vuelta de la peluquería con las canas del pelo teñidas de vida, sus uñas de rojo sangre y sus labios en busca de besos perdidos; al pasar por el parque, sintió la primavera hirviendo por todos los poros de su cuerpo.
Se subió a un tren de alta velocidad sin billete, sin maleta…
Miró por la ventanilla viendo como se perdían los recuerdos atrás y sonrió al ver el reflejo de su cara en el cristal.
Las jaras en flor cubrían de blanco lo que antes era tierra y piedras.