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jueves, 31 de marzo de 2016

09. Solsticio. Santa.

Como todos los días, salió a andar por el inmenso parque de la ciudad. Deprisa, como queriendo llegar a algún sitio donde le esperase alguien importante. Por delante a paso ligero, su inseparable Fito; su perro fiel. Huía de su invierno buscando una primavera cálida.
Se cruzó con muchas personas solitarias que corrían más deprisa que él. Sintió un impulso irrefrenable de correr también, al poco no pudo más y tuvo que sentarse a recuperar el aliento. En la hierba brotaban minúsculas flores junto a margaritas y amapolas. El viento olía a tierra mojada. El canto de los mirlos y jilgueros escondidos en las encinas y pinos, componían una hermosa sinfonía mezclada con el sol filtrado por la hojas del Haya que le cobijaba.
La mirada inquisitoria de los que pasaban deprisa a su lado, le hacía sentirse mal por estar parado. Una nube dejo caer unas gotas sobre él. Al poco rato estaba solo.
Se tumbó mirando al cielo. Al instante, Fito se pegó a su costado con la cabecita sobre su costado. Se oía latir su corazón. En un descuido le relamió la barbilla. Y descubrió la felicidad que tantos años andaba buscado en el arcoíris recién nacido.

4 comentarios:

  1. Bienvenido, Rafa, otra vez.
    Tu cuento lleno de palabras bien ajustadas que expresan un remanso de paz adornadas con el gesto del perro que hace que uno se sienta bien, aunque no creo que en mi caso llegase a sentirme feliz si no hubiera lago más. Un abrazo

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  2. Cuanta felicidad hacen sentir los "peludos", ¿verdad? Un beso.

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  3. Qué bien volver a leerte, Rafa y, de paso, volver a darte la razón: el amor no tiene nombre, ni sexo, ni raza, ni especie y, cuando viene, hay que aprovecharlo. Un abrazo.

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  4. Gracias Antonio, la Felicidad nos rodea siempre; solo hay que pararse y sentirla.
    Hola Belén, los animales nos enseñan con su cariño..

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