Sucedió en las dunas de Barayo. Buscar esta playa y quizás acojáis el sueño de conocerla. La Luna llena arrancaba brillos de la arena, como si una legión de estrellas minúsculas y amigas del satélite, quisiesen realzar el momento cuando dos jóvenes se desgajaron del grupo, alegre con el aroma de una queimada y satisfechos tras una empanada de bacalao y pasas.
Desconocidos hasta entonces, sólo tenían amigos comunes, él se atrevió a preguntarle si había visto la película Verano del 42. No la conocía, respondió, pero le interesó su historia, le aseguró sinceramente.
Una historia de amor, concluyó él, mientras tatareaba la famosa banda sonora de Michel Legrand. Ella sonrió, informándole que no esperaba a nadie, que no sufría por nadie que estuviera en una guerra. Que no había guerra alguna lo bastante cerca como para preocuparse siquiera. Luego le regaló su nombre, se levantó y se fue.
Mientras la veía alejarse para volver al grupo, el muchacho le dijo a la Luna que aquel era nombre de paz. Tantísimos años después, la nombra y es como el beso que nunca se dieron. El entrelazar los dedos para un mundo nuevo. Se llama Alicia.
Si la película es tan hermosa como tu relato, la buscaré urgentemente y me dejaré llevar por ella. Seguro que me emociona tanto como tus letras. Un abrazo, Julián.
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