Mi tatara-tatarabuelo encontró
una piedra brillante que pulió, horadó y regaló a su novia. Ese anillo, como si
de un tosco talismán se tratara, lo heredaron todas las mujeres de mi familia,
hasta que mi hermana, tonteando con un noviete en la cueva del pueblo, lo perdió.
Años después, unos arqueólogos
encontraron restos en esa cueva. Excavaron, zanjearon y barrieron con pincel hasta
la última grieta. Hallaron colmillos, huesos, abalorios, utensilios arcaicos,
herramientas de piedra... Parecía no tener fin. Pero, el día que encontraron el
anillo de mi familia, alucinaron. Fue un gran descubrimiento y mi pueblo
apareció en todos los periódicos del mundo, pues era el pequeño lugar de un
descomunal hallazgo: un anillo atemporal y enigmático, de mineral desconocido y
tallado de forma inaudita.
Como el trasiego de científicos
y turistas era incesante, el alcalde nos juntó a los pocos habitantes y
repartió negocios: uno abrió el restaurante; otro, el hotel; otros, tiendas de recuerdos,
quesos, alimentación o baratijas. Por fin, la prosperidad llegó a la comarca.
Nunca desvelamos la
procedencia del anillo, pero nos sentíamos muy orgullosos de haber insertado un
pequeño tesoro familiar en la historia de la humanidad.
Podría decirse Rosa que el anillo se perdió como patrimonio de la familia pero se ganó para el patrimonio cultural de la humanidad y en particular para el pueblo.
ResponderEliminarUn objeto precioso que da alegría a la familia y después prosperidad al pueblo, aunque pone en entredicho a los arqueólogos, que a lo mejor eran del equipo de Tadeo Jones, jeje. Muy divertido tu relato!
ResponderEliminarUn anillo, sin duda, muy valioso. Generador de una complicidad que crea comunidad. Y un alcalde lumbreras que ya quisiéramos muchas para nuestro municipio.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato, Rosa. Saludos