Cuando entró en la consulta perdí los papeles. Era una mujer muy guapa y alta, con una minifalda de cuero negra muy corta, medias caladas a medio muslo y de la blonda salían unos ligueros que se perdían.
Tenía una boca color rojo cereza muy perfilada y al abrirla, la punta de la lengua se movía inquieta. En ese momento, sólo vi su sonrisa vertical ladeada.
Tenía una mancha de carmín en uno de los incisivos que limpié con una gasa, demorándome más de la cuenta. Me dijo que le tapara un agujero que tenía, con mi aparato.
Al poner la anestesia apretaba la boca sobre mis dedos, yo me estaba poniendo malo, menos mal que la bata me tapaba.
Un movimiento de su codo y lo colocó sobre mis partes.
Mientras trabajaba en su caries, no paraba de mover su brazo, de lamerme los dedos enguantados y me hacía mohines y morisquetas.
Me caía el sudor por la cara y terminé como pude.
Ya sentados en el despacho, al recetar y preguntarle su nombre, me dijo que se llamaba Agapito Fernández.
Involuntariamente apreté la estilográfica y un borrón de tinta cayó sobre la receta tapando Aga.
Sorprendente y divertidísimo tu relato. Un placer leerte!
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ResponderEliminarLas figuritas delatan la cantidad de anécdotas que debes tener. Ésta que nos cuentas es canalla, sugerente y con un sentido del humor picarón y muy divertido. ¡ Más anécdotas odontológicas por favor! Si son de corte humorístico, mejor, que nos hace falta enseñar nuestras dentaduras tan bien empastadas. Jajajaja. Un saludo
Nunca había pensado en la perspectiva que tiene el dentista de las sonrisas, en realidad la misma que tiene el paciente de la del dentista, pero como la suya está cubierta por la mascarilla, yo aprovecho a mirarle los ojos aprovechando que está entretenido con mi sonrisa vertical.
ResponderEliminarMuy buena anécdota.