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lunes, 31 de enero de 2022

08. El hombre invisible. Alicia del Caz López

 El cambio no fue repentino, llevaba un par de semanas notando cosas raras:

En más de una ocasión chocó con alguien y no recibió disculpas; como estaba en esa edad en la que se empezaba a sorprender pensando esas frases que antes detestaba, “¡cada vez hay menos educación!”, no buscó otra explicación.

En el supermercado tenía que poner el carro bien centrado entre las dos cajas para que nadie se colara.

El martes, sin ir más lejos, le pusieron un chaquetón sobre las piernas en el autobús.

Él mismo iba descubriendo señales, los espejos le mostraban perfiles más difuminados y colores más pálidos. Al mirarse las manos, veía la carne más traslúcida cada día y el pelo, el poco que le quedaba, iba transformándose, primero a rubio, luego a canoso y ya se le iba transparentando desde las puntas a la raíz, dando la sensación de ir mermando por momentos.

Ese domingo, tras un plácido desayuno, pasó por el baño, miró al espejo y no vio nada. No le extrañó demasiado, era de buen conformar y su única reacción fue un gesto de resignación que, por supuesto, no se reflejó.

Se desnudó para salir a la calle (para los hombres invisibles eso no supone un problema). Al salir, cayó en la cuenta, con lo que le había costado coger el hábito, ahora tendría que desprenderse de esa costumbre. Volvió a abrir, dejó la mascarilla en casa y se marchó, no quería llamar la atención.

6 comentarios:

  1. Yo mismo me siento invisible muchas veces... ¿Será por mi calva ? Claro que pelo no me falta en el resto de mi cuerpo...
    Bs

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  2. Un consejo, Rafa, en esos momentos que te sientes invisible, cuida de ponerte algo más que la mascarilla al salir de casa, no vaya a ser que no seas tan invisible como piensas 😄

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  3. El detalle de la mascarilla corona y dota de actualidad a tu relato de una forma magnífica. Decía Ortega que nos convertimos en gente cuando dejamos de ser y pensar de forma única, como individuos, y ese paso más que das tú, de ser vulgar, común a transparente, y luego a invisible me parece absolutamente genial. Tenemos mucha suerte de contar contigo, Alicia.

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  4. Lo bueno que tenemos las mujeres invisibles es que somos imperturbables. Podemos salir de casa desnudas pero regresar henchidas de buenas sensaciones. Yo, el otro día, me quedé traspuesta tumbada al sol en el césped del parque. El único inconveniente fué sobreponerme a la rojez de todo el cuerpo a base de aftersun( es broma pero, tal vez, algún día haga ese uso de mi invisibilidad) Estupendo relato, Alicia.

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  5. Gracias, Rosa, la suerte es mía. Qué buena reflexión la de Ortega, doy por hecho que es de Gasset y no de Cano ��
    Carmen, hace poco estando sentada en la hierba, apoyada en un árbol, dejé de leer un momento y me debí quedar un poco ensimismada. De pronto se acercó un chaval muy majo, de unos 20 años, a preguntarme si me encontraba bien. Creo que debió pensar que no tenía edad para estar en la hierba solo por gusto, así que si te duermes tumbada en un parque, lo mismo te despiertas con un corro de gente a tu alrededor ��

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  6. Tu relato me ha hecho recordar momentos en los que me sentía invisible e indignada, empujada por la gente en el metro, hace mucho que no lo cojo. Me ha encantado el proceso de invisibilidad al que llega tu personaje y el detalle de la mascarilla que deja al final, que es lo último que lo haría singular y renuncia.
    Buena reflexión la de Ortega, Rosa.

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