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viernes, 14 de enero de 2022

02. Historias de Madrid del XIX. Absenta o ajenjo. Epífisis

Madrid 1853, enero. Hace mucho frío, son las cinco de la tarde y ya casi es de noche, Don Francisco Asenjo Barbieri acelera el paso y con un solo movimiento de muñeca hace revolotear la capa y queda perfectamente embozado.


Tiene hambre y al pensar en que ha quedado en Lhardy, nota un ruido de tripas tal, que se gira y mira si alguien le ha oído, solo ve la carrera de San Jerónimo, oscura, con la luz titilante de las farolas y ese brillo en los adoquines.


Necesita el libreto que le tiene prometido Ventura de la Vega desde hace varios meses. Sin él, no puede empezar la nueva Zarzuela, además quiere aprovechar para que le cuente el incidente del cura Martín Merino con la reina Isabel II. Los rumores en el mentidero que es el Madrid de este siglo son tan diversos, que es imposible tener uno por cierto.


Le cae bien Ventura, desde que escribió “el hombre de mundo”, una de las frases del libro ha quedado como muletilla y se repite hasta la saciedad. Con relación a un asunto de celos y cuernos la gente dice: “Todo Madrid lo sabía, todo Madrid menos él”. 


Ventura es un adicto a la absenta y en el Madrid del XIX casi todos los escritores, pintores y gente de la farándula lo toman, y además sin medida. También lo consume Barbieri, y entre otras muchas cosas, es entendido en gastronomía, le gusta Lhardy.


La absenta o ajenjo, apodada la Feé Verte (El hada verde) da al que la toma el don de la ebriedad, con el cual se abre la comunicación con el interior, el alma y el exterior, el cosmos y los mezcla en un batiburrillo confuso.

 Lhardy, 1853, enero. Buenaventura de la Vega está sentado ante una mesa metálica con una encimera de mármol, que tiene mil heridas en su superficie, frente a la cristalera, con vidrio biselado y cortinillas que da a la calle. Encima, su vaso triangular con burbuja en la base, de capacidad como de una onza, con liquido de color verdoso y una cucharilla con agujeros con un terrón de azúcar y al lado una jarra de agua fría.

Piensa, que después del cocido que se ha metido entre pecho y espalda, la segunda absenta que lleva le empieza a embotar los sentidos y que como no venga pronto Barbieri, el libreto de “jugar con fuego” que le ha hecho para una zarzuela se lo va a tener que comer con patatas.


Ser maestro de la Reina Isabel II, asistir a las reuniones del Parnasillo, del Ateneo y del Teatro Real y llevar esa vida licenciosa y de crápula le van a llevar a la tumba antes de tiempo.


Barbieri le cae bien, es inteligente y pertenece a diferentes Academias, se hace llamar el maestro bandurria y conoce al todo Madrid de la época. Entonces le ve entrar, empujando con esfuerzo la pesada puerta y caminando hacia su mesa, se sienta en la silla vacía.


Pide otra absenta para él, ya que a las cinco de la tarde en casi todos los cafés se producía l’heure verte (la hora verde), imagen del movimiento bohemio en toda Europa. Mientras Barbieri entra en calor, comentan que la absenta fue primero, un elixir antipirético de Pernod que usaban las tropas francesas y que contenía además de aromas de la planta Artemisia Absinthium, Artemisia póntica, flores de hinojo, anís, hisopo, melisa, raíz de la angélica, hojas de cálamo, hojas de dictamnus, cilantro, verónica, hojas de enebro, nuez moscada, regaliz y diferentes hierbas de origen montañoso. Ríen, pues con todos los componentes que lleva, no es de extrañar los efectos alucinatorios que produce el abuso de su ingesta.


Comentan el ataque del cura Merino con un estilete a la Reina y de que ha sido ajusticiado con premura, y quedan para el sábado en el palco del Teatro Real con todos los amiguetes.

Ventura le entrega el libreto, ya no sabe quién es y no recuerda si es él quien tiene que pagar a Barbieri o al revés.


Años después, en 1865, se le da por muerto y el diario “la correspondencia” publica su obituario. Se presenta Buenaventura en sus funerales al día siguiente y proclama que el periódico se ha equivocado, evidentemente.

Pocos días más tarde, muere y el diario escribe en portada “por fin ha muerto Ventura de la Vega”.


Cuando paseamos por el Madrid de las Letras o el Madrid de las Musas, hay que levantar la mirada hacia las fachadas y leer las placas, Zorrilla, Cervantes, Larra, etc. Ventura de la Vega tiene su lugar en esta calle tan castiza, tan romántica y bohemia.

 

3 comentarios:

  1. ¡ Qué historia tan ilustrativa!. Los detalles hacen viajar en el tiempo y notar el frío, escuchar el revolotear de la capa de Barbieri y sus tripas de hambre; el olor a embriaguez de absenta del Lhardy, y a mentidero...Y ,en el párrafo final, recordarnos que todas las placas del barrio de las letras de Madrid tienen muchas historias que contar. Me ha gustado mucho leerte, Epífisis.
    P.D : Dicen que en la calle Ventura de la Vega hay una de las mejores arrocerías del Madrid de hoy.

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  2. ¡Qué buena idea dar un paseo por la historia de Madrid! Muy visual e ilustrativa de esa historia de comidilla, de cotilleo, sabida por todos menos por el afectado. Gracias, Epífisis. Un placer leerte y pasear contigo.

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  3. Estupenda narración Epifísis. Opino como Carmen y Rosa, me has trasladado a aquel Madrid visual y sensorialmente. Has sabido recrear ese ambiente de maravilla.
    No se si te has basado en un hecho real y documentado o si lo has recreado. La zarzuela existe y efectivamente el libreto es de Venturade la Vega y la música, de Barbieri. Sea como fuere, he disfrutado.

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