Todas las familias felices se parecen unas otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera (*) La mía, en cambio, consiguió ser feliz de un modo asombrosamente original.
Mi padre diseñaba robots y los probaba en casa. Estábamos encantados con su último prototipo, ya que tenía una capacidad de aprendizaje increíble: aprendió a cocinar, limpiar, jugar al ajedrez y resolver las sesudas ecuaciones de papá, en dos días.
Pero lo que no sospechábamos era que su capacidad emocional también lo era, y de averiguarlo se encargó mi hermana pequeña que, en plena adolescencia, necesitaba un confidente con quien desahogarse y a quien contar sus secretos, amoríos y frustraciones. Él la escuchaba y consolaba con paciencia y devoción.
Pero tal vorágine sensiblera aumentó estratosféricamente su empatía y llegó el día en que, cuando mi hermana le contaba sus terribles y anodinas tragedias, era él quien debía ser consolado, quien se enfurecía, quien moría de amor.
Mi padre, harto de dramas, amenazó con desmontarle. Entonces sucedió algo increíble: mi hermana y el robot, en un arranque de responsabilidad, prometieron cambiar su actitud, madurar, lo que fuera antes que separarse. Y así lo hicieron. Ella acabó el bachiller; yo me proclamé campeón nacional de ajedrez y mi madre le pasó el recetario de mi abuela, porque ya estaba harta de comer lo de siempre.
No cabe duda que un robot no da la felicidad pero ayuda...y que más vale un robot a mano que ciento volando...
ResponderEliminarCon tu relato, a la primera frase de este libro se le ha caído encima todo el artesonao ( que diría José Mota).
Si Tolstoi levantara la cabeza...pero quién le iba a decir a él que un robot marcaría la diferencia entre las familias felices.
Me ha encantado Rosa. Has sabido dar muy bien la vuelta a la tortilla.
Ja, ja. Muy divertido y sesudo micro. Mi pregunta ahora es saber si este micro lo ha escrito Rosa, mi amiga, o su robot. Si es este último bien venido a nuestra web.
ResponderEliminarVaya, me has pillado! Es que mi robot es muy listo. A los dos días de empezar a leer ya estaba plagiando a Faulkner, jajaja.
ResponderEliminarDespués de tanto drama y sensiblería humano-robótica, no hay nada como una buena amenaza paterna para poner las cosas en su sitio.
ResponderEliminarUn beso.
Yo, de momento, me conformo con la Conga, Rosa. Es lo que tiene no tener un padre inventor.
ResponderEliminarJoo yo quiero también un robot que restaure el sistema operativo de mis hijos...Bs
ResponderEliminarSoy Rafa
Esto si que es un giro inesperado. Quien iba a pensar que Ana Karenina transitaria por estos derroteros. Pero la invención no tiene límites. Tu Rosa has humanizado a tu robot. No verá nunca naves arder más allá de Orion pero le ha crecido un corazón capaz de sentir amor. Eso sí es una proeza nacida de tu imaginación Rosa..
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