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domingo, 20 de febrero de 2022

08. Cuadro de un amor sin pintar. Carlos Orueta

Día más, día menos, por ahora se cumplirán treinta y ocho años de aquel primer encuentro. Corría el 1984. 

Fue en el aula de una academia de idiomas (inglés para ser exactos). Yo iba con mi hermano pequeño (Jose). Entramos en el aula y ya estaba todo el mundo sentado, y la profesora explicando algo. Nos disculpamos y ocupamos dos asientos contiguos que había libres en la tercera fila. 

La clase ya estaba empezada y nosotros no llevábamos libros, ni cuadernos, ni…... Realmente no llevábamos nada. Y como ya dije, nos sentamos en la tercera fila en los dos asientos que había libres. 

Justo delante de nosotros había dos muchachas, a las que preguntamos si nos podían dejar un libro para seguir las explicaciones de la profesora. Amablemente nos dijeron que solo disponían de uno que compartían y que, en consecuencia, no podían atender nuestra solicitud. Eso sí, tuvieron la gentileza de hacer un hueco entre sus cabezas para que mi hermano y yo, no sin esfuerzo, pudiéramos seguir el ritmo de la clase entre lo explicado por la profesora y lo escrito en el jodido libro. 

Terminó esa primera jornada y las muchachas partieron calle abajo (Realmente ni me fijé) y nosotros en sentido contrario pues habíamos quedado con unos amigos. 

Al cabo de dos o tres semanas recaí en mis dolencias estomacales y por prescripción facultativa hube de permanecer en reposo domiciliario por un mes (Más o menos).  

Jose (mi hermano) seguía con su rutina de clase y un día, al regresar a casa, me comentó: Me han preguntado por ti Rosa y Lola. Quiénes son? Pregunté yo. Las chicas que se sientan delante en clase de inglés. Respondió. Y ahí quedó la cosa. 

Al cabo del mes (más o menos) como las papillas digestivas habían hecho el efecto deseado me incorporé al trabajo (curraba en una compañía aérea llamada Aviaco) y a las clases de inglés. Mi hermano me presentó a las dos compañeras y el día a día nos fue acercando en eso de la amistad, hasta el punto de que al salir de clase, en lugar de marchar ellas calle abajo y nosotros calle arriba, terminamos los cuatro marchando calle abajo, hasta la estación de Atocha. Y cada día más contento, al menos yo. Y lo digo por el paseo después de clase ya que en la asignatura no daba pie con bola. 

Fueron pasando los días y creciendo el atrevimiento, y un día, en lugar de despedirnos en la estación, nos subimos al tren y nos fuimos con ellas hasta Villaverde, donde vivían. Luego nos volvíamos en el bus y metro. Y empezamos a quedar para los sábados y domingos. Y así durante un tiempo, hasta que un veintiséis de junio la mayor de las hermanas (LOLA) viendo que yo no me lanzaba (Nací tímido y así sigo), en el camino de Atocha a Villaverde, me empezó a inquirir por mis sentimientos (Pero en general, sin personalizar), aludiendo que ella sentía algo por alguien pero no estaba segura de ser correspondida. Y no tuve más “collons” que, a pesar de mi timidez, decir: Que yo también por ella. Y he de confesar que aquella noche no cené y me acosté feliz. Le sobraron los ovarios que huevos a mí me faltaron. En julio de ese mismo año decidimos casarnos y determinamos hacerlo al año siguiente y el día en que yo cumplía años (28). 

Fue un año difícil, pues había muchos impedimentos por parte de su familia (La mía estaba encantada), pero nosotros lo teníamos claro y ella luchó contra todos por seguir adelante, y no cejó, y se salió con la suya. Y tal y como habíamos planeado nos casamos el 19 de octubre del año siguiente (1985). 

Del tiempo que estuvimos juntos me queda el recuerdo y amor que vivimos; El mutuo consuelo por el desdén de parte de su familia que, allá cada cual con su conciencia, nos dio de lado (A ella, y la hacía sufrir -era su propia familia- A mí me resbalaba pero me dolía por ella). Y por supuesto nuestros dos hijos, hoya ya cuatro. 

Hoy, en esta tarde primaveral de invierno, sentado en la terraza después de almorzar, me vinieron los recuerdos, y rememorando, como aquí he intentado contar, he recordado lo bueno y lo malo. Quiero quedarme con lo bueno (Ella, mi LOLA).  

El cuatro de mayo hará dos años que, tras cuatro de sufrimiento, la puta E.L.A. me la arrebató.   

En su recuerdo, y por el amor que nos profesamos…. Y sigue. 

Mi cómplice amiga 

Mi fiel compañera 

Mi amante.

3 comentarios:

  1. Gracias Carlos por compartir tu historia. Ojalá tuviera otro final.
    Siento tu perdida. Crro que escribirlo siempre es terapéutico.

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  2. Los buenos recuerdos son potentes, fornidos y duraderos y tienen la sana costumbre de desplazar a los malos. Solo hay que facilitarles el trabajo creando nuevos buenos recuerdos. Un saludo Carlos.

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