Hace
mucho tiempo, los gigantes decidieron huir de los hombres. Buscaron lugares deshabitados,
recónditos, pero en vano. Así que, en los confines del mundo, construyeron su
propia isla: juntaron las Placas Euroasiática y Norteamericana con tanta fuerza
que, de las profundidades del mar, surgieron volcanes y un sin fin de géiseres.
Durante siglos reinaron felices en el frío y la brutalidad más absoluta.
Campaban por las heladas tundras, rompían a puñetazos los glaciares, engullían cataratas.
Dentro de los volcanes cocinaban sus enormes ollas y los cráteres escupían el
fuego de sus hogueras.
Un
día el sol comenzó a calentar y aparecieron
jugosos prados, frondosos bosques de abedules. Entonces, llegaron los humanos. Los
furiosos gigantes, atrincherados en las Tierras Altas, agitaron ventiscas,
movieron montañas, prendieron volcanes. ¿Cómo convivir con aquellos seres
insaciables?, ¿cómo impedir su propagación? Los hombres, aterrorizados y establecidos en una cálida bahía protegida por
suaves colinas que le servían de redil, no osaban ni explorar la isla en busca
de recursos.
Aún
hoy gran parte de la isla sigue desierta, porque los gigantes azuzan a los ciclones
árticos y explotan volcanes para recordar a los humanos que su sitio es
Reikiavik, y que ellos son y serán siempre los reyes de Islandia.
Rosa, ya veo que has tenido unas estupendas vacaciones. Menos mal que aún quedan sitios en los que los gigantes consiguen mantener a raya a los humanos.
ResponderEliminarVaya vacaciones chulas, Rosa! Cómo te gusta explorar... Todo, amiga. Opino como Alicia, menos mal que existen los gigantes porque si no habría que inventarlos, jeje.
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