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viernes, 30 de agosto de 2019

10. Cuando se abre una puerta... Valentina Velázquez Hontoria



Desayunaba, me había levantado tarde y estaba sola, sumida en un silencio envolvente. De repente un ruido me hace dirigir la vista al pasillo: la puerta de la cámbara se abre sola, pienso que puede ser una corriente de aire, aunque no es probable porque es una puerta vieja que hay que empujar para abrir y cerrar, ya que está caída de un lado y se atasca. Al rato miro y está cerrada. No puede ser...

A la cámbara se accede por una escalera empinada que desde hace tiempo no puedo subir. Cuando era pequeña me gustaba explorar sus tesoros: baúles con ropa y bonitas cajas de hojalata que contenían fotografías antiguas, un alfiler con una flor de azahar de boda de mi madre, insignias de guerra de mi padre, monedas, estampas...

La habitación donde desayunaba, en otro tiempo la tienda de mis padres, abierta al pasillo por un mostrador de mármol verde, donde despachaban de todo, desde alpargatas de esparto hasta arenques, aceitunas y copas de aguardiente para los parroquianos.

Subida al segundo peldaño de la apertura de la cámbara, observaba a mi padre conversar, alegre, con esa risa que le salía de las tripas y avanzaba por todo su cuerpo.

Y me sorprendo dialogando en mi interior con palabras que mi padre me inspira, como si fuera el dios de la sabiduría y los sueños.

3 comentarios:

  1. Me has recordado a la casa de mis abuelos, en Jaén, cerca de Cazorla. También había una habitación arriba llena de cosas antiguas y olía a algodón, naftalina, al humo de chimenea... ¡Cuántas veces exploré los altillos, cuántos recuerdos familiares tan bonitos! Gracias por traérmelos de nuevo. Un abrazo.

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  2. En Galicia había una así en casa de mi tía Clara... Llena cachivaches antíguos y telas de araña que daban miedo.
    Cada uno tiene su puerta cámbara donde guardar tesoros...
    Un beso

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  3. Y, de repente, algo inesperado nos conecta con nuestros queridos fantasmas, regalándonos unos preciosos momentos de intimidad con ellos. Muy bonito tu relato, Valentina.

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