La bolsa, colmada de
garbanzos y lentejas, abulta más que la niña. El voluntario se acerca para ayudarla. Lamentaría que sufriera
un esfuerzo injusto por ayudar a los demás. Coge la bolsa y le pregunta su
nombre. Como es algo sordito se agacha y repite su pregunta. Su mamá la llama
cielo mientras ella le dice Mar o eso cree entender y por un instante imagina que
la solidaridad es como el hogar de los planetas y las estrellas, como el océano que guarda sueños y viajeros.
Apenas escucha otras
palabras que mariposean pero no duda de su significado viendo los ojos de la niña perdidos en el carro. El
voluntario vacila y otra niña le cede una bolsa vacía, doblada varias veces con
una cuartilla en su interior que proclama un ruego notable. Mamá introduce leche infantil. Apenas un bulto
ligero que la niña sí puede elevar por encima de su cabecita y posa con cuidado
junto al apoyo mutuo de otras muchas personas.
El voluntario, agradecido, las ve partir, se alejan el cielo y el mar,
las luces del universo, los peces y sus compañías mientras acoge la bolsa
atiborrada de una abuelita que le acerca a duras penas.
Bonito cuento propio de la Navidad.
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