Hacía un mes que no me pasaba: ese dolor agudo en el estómago…
que luego se propaga a mis huesos.
Perdí el conocimiento y caí tendido a las puertas de Pachá.
En el interior todo el mundo iba disfrazado.
Era carnaval.
-¿Dónde has conseguido ese disfraz?-
Delante tenía una mujer de ojos de mar,
con un escote de vértigo, vestida con seda azul.
Supuse que era Cenicienta.
- No entiendo nada…- dije.
- Ya…el portero ha salido corriendo al verte ¿No?-
Soltó una carcajada.
- ¡Te voy a presentar a mis amigas!-
Guiñó el ojo con una sonrisa pícara.
- Gracias, pero tengo que irme, me duele el estómago, tengo que comer algo.-
Tenía sudor frío.
-Hola, me llamo Rosa-
Una preciosa pelirroja, de ojos claros, con pecas en la cara me besó.
Llevaba una capa roja, y un vestido blanco que se transparentaba.
Acabamos los tres en la casa de Cenicienta.
Yo no quería ir, no aguantaba el dolor del estómago
y había algo esa noche que anulaba mi voluntad.
-Come lo que quieras, nosotras vamos a ponernos cómodas-
Rosa mordió un pastel de nata.
Fuera, la luna llena brillaba.
Nunca pude resistirme a probar la carne… de Caperucita.
Es lo que tienen los carnavales: nunca sabes con quien te la estás jugando.
ResponderEliminarValentina me ha birlado el comentario, pero muy bueno...
ResponderEliminarYo diría que en Carnaval sucede lo contrario... que nos quitamos la máscara y nos dejamos llevar.. jajaja Bs Valentina
ResponderEliminarGracias Antonio