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sábado, 8 de diciembre de 2018

03. Un pavo sentimental. Antonio Nieto

Recuerdo una  cena de Navidad en particular. Me había enrolado en mi primer barco de carga: apenas tenía 19 años y una vida por descubrir. Era Septiembre y no volveríamos a España en mucho tiempo; por ello, uno de los veteranos propuso comprar un pavo y engordarlo para esa señalada fecha; pues con toda seguridad se preveía que la pasaríamos en la mar.

Al ser el más joven y el recién llegado a bordo, se me encargó la noble misión de velar por nuestra cena de tan especial día.

Cada mañana , antes de empezar mi guardia, le llevaba una buena ración de pienso y algunas sobras de la noche anterior  que engullía  con gran ansiedad. Pipo, que así lo bauticé, se acercaba a uno de los lados de la jaula  que le habíamos fabricado, y frotaba su pico sobre el alambre, justo donde me encontraba: parecía como si quisiera darme las gracias, conocedor de ser el portador de su alimentación. Sus ojos eran expresivos y poco a poco le cogí afecto; tanto que induje al resto de la tripulación a  que le indultáramos y quedara con nosotros para siempre, cosa que casi conseguí, pues se había convertido en nuestra mascota más que en nuestra cena.

 Sin embargo, Carlos, el cocinero, no era de la misma opinión y Pipo despareció la mañana del 24, apareciendo más tarde  asado en la gran mesa del comedor. No pude con aquella visión y decidí no cenar: me era imposible comerme a “mi amigo”. Otros dudaban y discutían. En esto comenzó se levantó un fuerte viento y una ola hizo balancear al barco hasta el punto que Pipo, o lo que quedaba de él, salió disparado de la mesa hasta terminar recorriendo de un lado para otro el suelo del comedor. Finalmente, fueron los peces quienes festejaron La Navidad

1 comentario:

  1. Muy tierno tu relato, Antonio, yo tampoco podría comerme a "un amigo", jeje. Un abrazo y feliz Navidad, aunque sea vegetariana, que no sé yo

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