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lunes, 6 de marzo de 2023

02. Las invisibles del parque. Carmen Cardeña

 Me obcecaba en arrastrar hasta el hormiguero las pipas saladas caídas bajo el banco del parque donde se sentaban las madres a vigilar el juego de sus hijos al salir del colegio. Al menos, diez veces más que yo pesaba aquella valiosa mercancía, pero siempre conseguía recorrer el metro de camino arduo y transitado en ambas direcciones, de ida y de venida, por mis convecinas.

En ocasiones, tenía que sobreponerme a un enterramiento desafortunado debido a un sunami de arena empujada por la carrera o la caída de uno de esos niños que no paran quietos y que son ajenos al trabajo incesante para la supervivencia.

Hubo compañeras que perecieron a medio camino cuando la planta de un pie calzado con botín del 38 de una de aquellas madres cotorras comepipas, se convertía en una apisonadora implacable. Nuestro cometido no cesaba y seguíamos transitando el camino como en una carrera de saltos donde los obstáculos eran nuestras propias amigas fallecidas.

Que conste que nunca nos quejábamos. ¿De qué hubiera servido. Sabíamos que éramos difíciles de ver, cuanto más de escuchar. Aún así lo intentamos. Nada, siglos ha y seguimos siendo invisibles.

Penúltimo intento:

¡Atención gentes menudas y gigantes! No piseis las pipas. Nunca se sabe quién va debajo.

2 comentarios:

  1. Sí, señora. Esos hercúleos insectos mil veces más fuertes y eficaces que cualquier otro, abnegadas en su tarea y que nosotros alimentamos y pisamos sin darnos cuenta. ¡Excelente homenaje, Carmen!

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  2. Carmen, en esta ocasión, sí las acabo de escuchar pero, la verdad, que no pongo la mano en el fuego porque no me quede ya nunca más alguna debajo de mi botín del 39. Espero que, al menos, entiendan que no había mala intención y no me llamen cotorra comepipas...

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