Compró aquel pisapapeles de cristal porque leyó en él que era el primer día de su vida, y que debía disfrutarlo. Luego leyó sus propias palabras en el póster de un velero navegando al atardecer: “En el periplo de la aventura los hombres encuentran su destino. Y qué es si no la propia Vida una increíble epopeya”. Algo empalagoso, pero a los dieciséis años todo lo es en exceso.
Decidió que cada día sería especial. Y todos los demás días desde aquel serían el primero. Se declaró a cien mujeres, cada una más bella que la anterior; más inteligente, más comprometida, rebelde y solidaria. Que se sepa ninguna le correspondió. Nunca sucede cuando un ser imperfecto cree que existe la perfección.
Escribió mil versos, pero no se conserva ninguno. Aseguraba conocer cada país, pero nadie encontró postales, banderines, pegatinas, alguna referencia, al menos una, de que hubiera visitado París, Londres, Calcuta, un poblado marroquí de pescadores o escalado una montaña sagrada. Nada. Sólo ese pisapapeles.
Y un diario con fechas imposibles. Que llegó a la Luna con Julio Verne. O que la tarde cuando compró aquel vidrio…se lo aconsejó Juan Ramón Jiménez.
Le conocían esas fantasías que a nadie disgustaban. , además de un conocimiento asombroso y conmovedor de todas las clases de rosas que en el mundo se cultivan.
Fue su forma de amar.
Secundo incondicionalmente el Carpe diem Julián. Aprovechar al máximo como hace el prota de tu historia, aunque sea a través de la imaginación.
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