A Cenicienta le bastó un baile
para darse cuenta de que el príncipe era aún más banal, soberbio y engreído que
sus hermanastras. De modo que, sin que nadie la viera y con los zapatitos de
cristal bien abrochados, subió a su carroza y escapó lejos, muy lejos del reino.
A los pocos días, llegó a una pequeña aldea escondida tras un boscoso cerro. Allí
encontró una sencilla casita, sin soledad y con muebles, y en ella montó una
pequeña escuela para enseñar a los niños a leer y escribir las palabras que
tejen los cuentos. Tal fue el éxito, que fue a proponer al alcalde la
construcción de una más grande. Su sorpresa fue mayúscula cuando la alcaldesa,
porque era alcaldesa, no sólo acogió con entusiasmo su proyecto, sino que mandó
inmediatamente a una cuadrilla de siete enanitos a reformar la antigua iglesia.
Ambas congeniaron de lo lindo y se pasaban las tardes enteras riéndose de
príncipes, madrastras y edulcorados cuentos con inútiles moralejas, mientras ayudaban
a Caperucita y Peter Pan a preparar el examen de Selectividad.
Blog para enfermos, familiares, voluntarios y miembros de AdEla. El jurado valorará la historia, contenido, imaginación y creatividad y NO tendrá en cuenta la puntuación, ortografía ni formato, pues sabe las dificultades de algunos de vosotros para escribir. También puedes comentar microrrelatos ajenos con respeto y crítica positiva. Lee los microrrelatos publicados para que te anime a empezar. ¡Suerte!
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Otro gallo cantaría si nos hubiesen contado este cuento,jeje. Me encanta tu Cenicienta, tomando la iniciativa para enseñar a tejer otros cuentos. Un abrazo, Rosa.
ResponderEliminarA mi este cuento si me parece creible; el otro era muy pastelero, Ja, ja..
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