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jueves, 10 de mayo de 2018

02. La ciudad de Xelosnos. Santa

Xelosnos es una ciudad llena de música a veces y otra llena de silencio. En cada calle suena una canción diferente, y en cada barrio un ritmo.
Desde siglos, luchan con los recuerdos del emperador derrocado que ejecutaba a todo el que no aceptase sus órdenes injustas. Y también consigo mismas. El Emperador vencido, pagó con oro y diamantes un conjuro para que las mujeres de Xelosnos sean incapaces de encontrar la Paz.
El viajero intenta besar a la muchacha rendido a sus encantos. Antes, ella le advierte de los peligros que corre. El beso sorprende al hombre con un sabor a té rojo con naranja (esperaba un sabor amargo) y entrega con sinceridad sus labios en otro beso abismal, ancho como un mar.
El viajero es llevado en volandas a la alcoba de la mujer. Está paralizado frente a sus ojos verdes, intensos como un secreto. El la desnuda con delicadeza.
Saborea su cuerpo, como un bombón relleno de arcoíris. El vientre de ella se tensa al paso de unos dedos que caminan hasta encontrar su cálido centro. Sus cuerpos siguen enredados hasta el amanecer. Mira a la amazona dormida. Ella no dice nada, sabe que una vez más; se cumplirá la maldición.
El viajero recoge el hato, un último beso entregado lentamente; sabe que corre peligro. Deja un papel en la cama:
“Carpe diem, ordenaba el delicado Horacio. Aprovecha el día. Disfruta de la hora. Luego, más pronto siempre de lo deseable, anochecerá”.
Al salir de la ciudad, descubre a la izquierda un cementerio de corazones; los que no dejaron a tiempo Xelosnos.
Subido a la colina que oculta la ciudad, se vuelve para echar una última mirada a Xelosnos, distingue a Zora en un balcón, sonríe; tiene su mensaje en la mano.

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