El
cielo se oscurecía a pasos de gigante en pleno día; negros nubarrones
cabalgaban sobre el mar; los pájaros revoloteaban en desconcierto. Todo era
pura tiniebla.
La
taberna rebosante de risas, voces, barullo. Nadie barruntaba la pesadilla entre
tanto aturdimiento. Mis amigos tenían el propósito de tumbarme a tragos, de
dejarme sin conciencia. Lo que no sabían es que ya la había perdido y navegaba
a la deriva.
Me levantaba
abrazado a sus curvas inexistentes, al cachete de sus nalgas cual ilusionista,
y cuando aproximaba el beso de buenos días... caía de morros en la fría
baldosa.
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