Moví la pieza. Hacía frío, las hojas naranjas caían en
la terraza. Mientras esperaba el próximo movimiento me puse a pensar en lo que
pasaría si ganaba. Nuevas oportunidades, ganaría suficiente dinero para poder
irme fuera, al extranjero, llevaba años soñando con ello. Dejaría atrás todo lo
que conocía, vería nuevos mundos, aunque dejaría atrás a mi hermana, a mi
familia, a mis amigos…. Un último movimiento, si movía al alfil había ganado,
sólo tenía que dejarle paso a la reina, parecía todo tan sencillo, demasiado
sencillo.
Entonces recordé a Flamenco, era mi caballo.
Mis padres solían llevarnos a mi hermana y a mí equitación cuando éramos pequeñas, hasta que un día tuvimos que dejar de ir por la crisis, años más tarde, cuando la situación económica había mejorado decidimos volver, la mayoría de los caballos no habían sobrevivido al frío y a la mala alimentación, y los que sí habían sobrevivido fueron vendidos, nunca los volvimos a ver, ni siquiera nos avisaron. Fue entonces cuando empecé a enfocarme más con el ajedrez, y cuando decidí que quería irme de esta ciudad
Estaba tardando mucho tiempo en hacer el movimiento, supe lo que tenía que hacer, moví el caballo.
Bonito círculo que cierra un recuerdo y un anhelo a través de una partida de ajedrez. Un relato magnífico, María. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarun final redondo para un relato espléndido
ResponderEliminarIgual si los caballos nos montaran a nosotros; no dejarían que pasásemos hambre o no nos venderían...
ResponderEliminarCuanto hay que aprender... de los animales y el ajedrez...
En el ajedrez cuesta encontrar el mejor movimiento, el que garantice la victoria y, en este relato, parece que se ha dado en el clavo
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