¡Vengan a verme!, estoy bonito y fragante. Crecí bien, cuidado y querido. Soy ancho y fuerte, y colores no me faltan; tengo los que ustedes quieran que el Sol ardiente o los fríos de nieve sólo me mudan las trazas y el tono, pero siempre engatuso a todo ser que me ve o me huele.
En mí viven la melancolía, la pasión, la ternura, la sospecha y tantas otras variables del alma e imaginación humanas. Gritó una poetisa e hizo bien, que soy un mundo en el mundo como lo es el agua marina y los tejados de la Tierra. Así que soy también refugio y habitación de muchos seres y bien distintos: criaturas grandes que alivian sus picores en mis figuras. O anidan, me trepan; me conmueven, ateridos, buscando el consuelo de mi calidez, o fatigados la frescura de mi sombra.
Sí, vengan a verme; verán que cuando me caminen, creerán que sus pies son la voz de los grillos. En sus ojos se les figurará un arco iris y el correr de las fuentes naturales les hablará de mi alma sencilla.
Vengan, aún están a tiempo. El fuego sigue lejos. Vengan a protegerme y yo podré seguir cuidando de los sueños de ustedes.
¿Iremos a verle, a protegerlo? ¿Llegaremos a tiempo de salvarnos?
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