martes, 1 de octubre de 2024
Octubre: mes de nieblas, brumas, nebulosidad, cerrazón...
03. Caricias y zarpazos. Santa
Esta mañana no hace viento, no hay ruidos amortiguados ni siquiera el recuerdo del mar; el cielo es un desierto azul. La cabeza de Daniel lleva días habitada por huracanes. Su gato recién operado de un tumor en la garganta, no mantiene en su cuerpo lo poco que come; sus riñones también fallan. Es un gato de ochenta y ocho años, en edad humana.
Es curioso como situaciones límite, desesperadas, enfrentarse a una despedida para siempre; puede volver a unir tras años deshabitados.
Esta mañana sin saber por qué, escribió a su padre; y su padre contestó. Recibió todo el cariño y afecto olvidado hace tiempo.
Quizás la adopción de ese gato hace diez y ocho años fue una forma de volcar afectos que no le salían con las personas; pero Miau se convirtió en un gato arisco al año, como Daniel al cumplir la mayoría de edad.
Aguantó años de zarpazos y heridas de Miau, meados por los rincones, cortinas y sofás llenos de cicatrices causadas por las uñas del maldito gato.
En la vejez, por fin, consiguió que durmieran juntos, que ronronease al sentir las caricias; notó su mirada agradecida por los cuidados de años.
Después de ir al veterinario con su padre, comerán juntos, charlarán como hace veinte años. Igual Daniel ronronea en brazos de su padre...
02. Una cita en la tormenta. Alicia del Caz
Llevaba quince minutos protegida de la lluvia en el asiento de la marquesina. Inquieta, empezaba a pensar que todo fue una fugaz ilusión. Ella, que ya no creía en el amor, ahora solo deseaba que apareciera y la demostrara que estaba equivocada. Cuando la espera empezaba a desanimarla, salió del techado para que el agua la calara, un poco para recordar, un poco para atraer la magia de aquel día.
Aquel día, hace ya tres semanas, los dos coincidieron refugiados en la misma marquesina del 18, esa en la que ahora, ella, esperaba inútilmente. Ese día, debajo de su ropa empapada, sintió en la boca del estómago aquellos gusanillos que ya no recordaba, su timidez cedió ante la charla animada que se entremezclaba con las risas y los ojos brillantes.
Hablaron mucho, de todo, mientras llovía; atropelladamente, para contarse más cosas. Conectaron y se vieron reflejados en las gotas de agua que bajaban por sus rostros. Se besaron. Los dos eran reacios a creer en el amor, así que, cuando cesó la tormenta, hicieron un trato, no se darían los teléfonos, a cambio, acordaron una cita en aquel mismo banco para la próxima tormenta; si se encontraban, los dos recuperarían la fe.
Cuando las nubes se calmaron, con el corazón encharcado, paró al 18 que se acercaba. Mientras subía por la puerta delantera, un hombre que, debido al colapso del tráfico llegaba tarde, bajó corriendo por la trasera y se quedó petrificado en la acera frente a una marquesina solitaria.