En su mente
porfían los ajustes necesarios para componer un haiku. Pero el calor agostizo
impone su pereza y Doncel cede ante un torrente de palabras.
La brizna de
hierba no sabe por qué fue elegida por una gota de agua como su compañera de
viaje. No le importaba
el origen de la gota de agua; ¿una lágrima del rocío, un mensaje del cielo
prometiendo una lluvia sabia, quizás una estrella acogida por el mar que
buscaba su retorno al amparo del Sol? Quien sabe, la duda también puede ser
hermosa.
Doncel pensó:
La brizna de hierba le dijo a la gota de agua “no te buscaba y te encontré“.
La brizna de hierba no quería despedirse cuando una brisa amable la desgajó de la pradera haciendo que pareciera un ave. La posó en un arroyo cercano. La voz acuática era un murmullo de cristales y el zumbar de los abejorros y las libélulas.
El hombre pensó: “la gota de agua le dijo al arroyuelo, “no te buscaba y te encontré”.
Sola de nuevo, con la forma de una barca verde sin remos, la brizna de hierba añoraba su espacio natural. El viento la llevó entonces sobre encinares y las olivas que alimentan a corzos y marranos.
Y Doncel pensó: “el árbol le dijo a su sombra, “no te buscaba y te encontré“.
La fantasía de Doncel Vara puede ser larga, piensa, y se repetirá una y otra vez, adormilado en el roble.
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