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martes, 23 de julio de 2024

03. Los veranos de mi pueblo. Epífisis. Parte 3 de 4

En el recipiente se introduce un tubo acodado, el más largo hasta el fondo y el más corto con salida al exterior y lleva una válvula para evitar el goteo. El agua produce el gas que hace presión a su vez sobre el líquido y lo empuja por el tubo largo hacia el exterior. Un sistema de clavija o gatillo hace que la válvula ceda y permita la salida del agua carbonatada.


Yo había desconectado cuando empezó a decir el nombre del inventor, pero al terminar me preguntó y yo no supe que contestar. Me dictó unas cuantas frases y me dijo que lo copiara cien veces.


En el verano de los años 60, en Extremadura, la siesta era sagrada, quisieras o no, todos a dormir o por lo menos no hacer ningún ruido. Cosa imposible, pues nos metíamos todos en esa cama antigua de la abuela y a veces con primos y aunque la intención fuera buena, en pocos minutos las risas, los lloros inundaban la casa hasta que de golpe se abría la puerta y el Dios lanzaba sus rayos mortales y a quien Dios se lo dé, San Pedro se lo bendiga. Así hasta que al final salía nuestra madre y nos echaba de casa.


Para merendar, bocadillo gigante de mantequilla con dos onzas de chocolate o de jamón, bueno, del tocino fresco y sonrosado que hoy día despreciamos.


Los chicos por un lado con el aro, que había virtuosos que hacían maravillas gracias a la guía que se fabricaban en la fragua. Otros con la peonza, que ya no era sacar a la contraria del círculo, sino rajarla con la púa que introducíamos en ella. Otros con los boliches o canicas para jugar al guá. Las tabas eran más de las niñas, son de hueso, el astrágalo del animal y se jugaba tirando una al aire y recogiendo el resto dependiendo de la cara que ofrecen, picos, hoyos etcétera.


A las afueras había un pilón grande en un prado y allí íbamos a bañarnos unos días los chicos y otros las mozas. El agua era verdosa, el borde resbaladizo y nos tirábamos en pelota picada sin pudor ninguno. Luego secado al sol, un cigarrito si teníamos y comer la fruta de temporada, lo que se llamaba ir a garullas, que a veces el membrillo verde te dejaba la boca que parecía que no era tuya.

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