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domingo, 3 de diciembre de 2023

02. Shunga Shunga o Gel Ayúdame. Epífisis

Cuando me llamó mi jefe de la Consejería de Economía y Consumo de la Comunidad de Madrid, no pensé que el encargo de testar el gel me lo fuera a encargar a mí. Aduje mis 60 años, mis achaques y que me quedaba muy poco para jubilarme, pero no hubo manera. Conseguí de todas maneras que los resultados no se los entregara a la vuelta del fin de semana y me dio un mes, pues además eran tres tipos diferentes de geles y eso requeriría mayor dedicación y esfuerzo.

Hay que recortar gastos, pero esto me parece un poco exagerado.

Me entregó dinero de la caja B y una tarjeta de una tienda llamada Dolce Love, me aconsejaron bien, pero lo pasé fatal, no sabía dónde mirar y me puse colorado varias veces. Salí con una bolsa grande con tres kits, uno de fresa con champaña, otro de fruta exótica y otro de melón y mango.


En la bolsa de papel llamativo, con un dibujillo engañoso y la gente en el metro me miraba y cuchicheaban, algunos intentaban asomarse al interior para curiosear.

Al salir del metro y encaminarme hacia casa iba pensando cómo abordar a mi parienta e intentar explicarla lo que teníamos que probar. No se lo va a creer y encima me va a llamar guarro.

Según entré, me dirigí a la mesa camilla, vacié la bolsa y me senté en el orejero a la espera, oí un “hola cariño” y yo no dije nada.

Vino desde la cocina, cogió una caja, me miró y se sentó enfrente. Daba vueltas a la caja en el sentido de las agujas del reloj y a la inversa y otra vez y otra.

Se lo conté tres veces y no se lo podía creer. Cuando la dije que me iban a pagar horas extras cambió un poco la expresión pero no mucho.

No la entendí algo que dijo sobre Esperanza pero tampoco pregunté y entonces cogió el calendario de los que pintan con el pie y me dijo que este fin de semana no teníamos a la nietecilla y que el hijo que vive en casa, estudiante de Derecho, iba a esquiar.

Ya teníamos fecha, noté un pálpito y menos mal que tenía puesta la falda de la camilla por encima, pues algo se notaba.

Decidimos hacerlo primero con la caja de melón y mango, el día, el viernes cuando se fuera nuestro hijo y guardamos todo debajo de la cama.

Esa semana se me hizo larga, cuando me cruzaba con mi mujer por el pasillo nos tocábamos y nos reíamos y en el trabajo el jefe me preguntaba todos los días que qué tal, que si ya lo habíamos hecho.

Llegó el día y le llevé un ramo de flores y unos bombones, mi hijo se fue desde el trabajo y nos quedamos solos en la casa, cerramos la puerta y pusimos una silla en el pomo.

Abrimos la caja y dentro había un sobre como con una solución espesa y una especie de sábana impermeable grande de 160 cm x 228 cm que como luego leímos teníamos que colocar encima de la cama.

Pusimos a calentar agua en la olla, pues con el sobre al diluirlo había que hacer cuatro litros de gel con el que luego nos embadurnaríamos y nos echaríamos encima de la sábana.

Mientras mi mujer daba vueltas con la cuchara de madera, yo por detrás me arrimaba y ella hacía como que me huía, pero yo creo que la gustaba.

Cuando la consistencia parecía la adecuada y entre los dos la llevábamos hacia el dormitorio, entonces, tropecé con la alfombra y cayó todo a lo largo del pasillo, nos costó cinco toallas y seis paquetes de papel de cocina absorber todo el gel.

Metidos en harina y con la curiosidad en un punto álgido y no me refiero a lo mío, abrimos la caja de fresa y champaña y con más cuidado hicimos todo el proceso otra vez y lo llevamos al dormitorio.

Pusimos la sábana por encima y nos desnudamos, nos echamos y la sensación era que se nos iban a quedar las letras del ahorramás en el culo pegadas.

Cogí la olla y la volqué sobre los dos, el gel estaba un poco caliente y nos empezamos a restregar y embadurnar con ganas.

La sensación era agradable y entre unas cosas y otras empezamos a animarnos e intentar algunas posturas que teníamos casi olvidadas, con tanto magreo y toqueteo parecíamos estar en un tobogán e íbamos de un borde de la cama al otro, consiguiendo a duras penas mantenernos encima.

Mientras nos agarrábamos para no caernos recordaba lo que ponía el prospecto, experiencia sensual y placentera, completa ingravidez, sin esfuerzo y movimientos deslizantes.

Veía la cara de terror de mi mujer, yo conseguí meter la uña del dedo gordo en la sábana y frené mi caída, pero ella se agarró a donde no debía y me la dobló, pero no logró parar y se empotró con la tele de plasma que cayó con estrépito, su dentadura partida rebotó y fue al orinal.

Mi grito no fue humano y al mirar hacia mi cosita vi como crecía hasta parecer una berenjena, mientras por el roto de la sábana se extendía el gel por toda la habitación y desaparecía por el pasillo.

Mi mujer se subió a la cama, me abrazó y nos echamos a llorar y en ese momento oímos un ruido fuerte de la puerta, pasos apresurados por el pasillo y un “papá, mamá, no hay nieve”.



1 comentario:

  1. Epífisis, no siempre sale todo bien, aunque se intente una y otra vez, jejeje. Divertido relato. Feliz Navidad.

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