Como todas las mañanas, salgo de la habitación a todo correr, pero hoy encuentro una mirada taladrándome que me hace parar en seco. Retrocedo sin perder de vista ese par de ojos y me acerco muy despacio con la cabeza agachada pero adelantada , no vaya a ser violento el dueño de esa expresión y haya que actuar con rapidez.
Estoy a menos de un palmo de esa cara y como no percibo olor alguno, me atrevo a tocarla. Su tacto es tan frío como irreal e intensa la mirada. ¡Parece que esté al otro lado de la realidad!
Me acerco, se acerca; alzo la frente, la alza; me alejo, se aleja; aúllo y responde el silencio. Miro, olfateo y rozo desafiante pero sin respuesta, así que lanzo un sonoro ladrido para que ése que está enfrente sepa que me aburre. Alzo la cabeza y me voy muy ufano por haber resuelto tan bien este encuentro.
Sospecho que el del otro lado se está yendo tan contento y con la cabeza tan alta como yo.
Divertido relato en el que muestras magistralmente lo que siente un perro delante de un espejo. Tan original como bien escrito. Gracias por compartirlo, Belén.
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