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viernes, 21 de febrero de 2020

04. El primer ecologista. Julián Rumbero

El origen de nuestro Valentín estaba en un día impreciso de febrero cuando se morían los bosques bajo el hacha de la futura Armada Invencible. Por enésima vez le contaba a sus nietos que su tatarabuelo guardó un manuscrito de origen incierto con la explicación de su nombre.  El primero de su familia fue un romano que no celebraba la fiesta de la fertilidad fustigando con látigos de piel de cabra la espalda de las mujeres. Lo suyo era bendecir el amor en su sentido más absoluto: compasión, dulzura y generosidad hacia todas las criaturas humanas pero sobre todo animales y vegetales. Amar el agua en sus fuentes y cursos, y el sol y a sus primos, incluidos los planetas enanos,  y  las estrellas en el firmamento.
A Valentina, jueza de lo civil, le gustó que el sacerdote Valentín se opusiera al emperador que prohibía casarse a los jóvenes pues eran mejores soldados si carecían de vínculos. Y es que, allá por el año 270, el curita seguía celebrando matrimonios. En cambio su hermano Valentín prefería cuando antes de ser decapitado se despidió de la hija de su carcelero con “tu Valentín”. El padre, según el manuscrito, les decía que su condena se debió a que no renunció a su religión. Por su parte, el abuelo ignoraba el enamoramiento y prefería la cura de la ceguera de aquella muchacha.
Con tantas opciones y alguna más que la Historia recoge, lo cierto es que Valentín viene de lejos y promete vivir mucho tiempo aún, siendo más necesario que nunca pues mueren los bosques y las islas de hielo de los osos blancos.

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