Los glaciares se retiraron dejando montañas con sus nieves permanentes. Había árboles y flores. Y aparecieron ríos, modestos al principio y luego soberbias y mansas calzadas de agua confundidas en el mar. Y fuentes subterráneas también había que alimentaban charcos. Y un lago. Lo bastante ancho y profundo para acoger hadas y miedos. El paisaje era habitado por águilas, mirlos, tarabillas y verderones, y muchas más aves, unas de porte imponente, otras diminutas y redondas como el petirrojo o las que caminan a saltitos. El escenario guardaba también lobos y gallos de monte, osos, cabras que nunca se despeñaban. Como los cerdos salvajes y las culebras, las lechuzas y los lirones, y más pájaros como los carpinteros, las familias de los árboles y el aparente desorden de las piedras, formaban mil mundos.
Entonces llegó él y contempló como su tiempo extendía ante sus sentidos aquella alfombra de armonía. Y los amó con sus ojos, olió las caléndulas, acarició la hierba, saboreó la miel y escuchó la gracia de la alondra. Por último hizo lo mejor que sabía hacer: fabricó lápices para que con ellos los poetas guardasen los sueños en la memoria.
En un mundo tan maravilloso y nuevo qué mejor que un lápiz para dibujar, con palabras o retazos, el nuevo mundo. Bonito relato, excelentes imágenes, todo un placer sumergirnos en la lectura. Gracias.
ResponderEliminarfelicidades por tu mágico relato, abrazos Josep
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