Se dice que los seres mágicos no
solo existen, sino que deambulan por lugares solitarios llenos de vegetación
(base de su alimentación) y tienen una doble vida: la diurna y la nocturna.
Me viene a la memoria, de una
forma nítida (porque al parecer esto
ocurre en las personas que nos acercamos al centenar de años e incluso antes), cuando era una niña y jugaba
a las afueras de un tupido bosques de eucaliptos. La gente comentaba que en
aquel lugar existían seres extraordinarios, pero que tuviéramos cuidado de no
acercarnos a ellos, sin especificar las razones de estos consejos (cosa muy
típica de adultos).
En aquel tiempo, todavía ignoraba el miedo,
porque eso suele aparecer más tarde, cuando nos hacemos mayores. Por ello, atraída
por mi curiosidad, un día me adentré en el bosque y observé como un par de
seres parecidos a las hadas de los dibujos de los cuentos que me leía mi padre
bailaban y cantaban.
Me presenté delante de ellas o ellos y no se
asustaron; al contrario, me contaron un montón de cosas. Al parecer, cuando la
noche llenaba de sombras el bosque, desaparecían y buscaban personas tristes,
necesitadas de ayuda, enfermas o simplemente solitarias para consolarlas y
aliviar sus dolores. Se lo conté a mis padres, pero no me creyeron !fantasías
tuyas!, me decían, pero claro ellos no eran niños para creerme ni comprenderme.
Sólo la inocencia de un niño es capaz de ver y vivir estas cosas. Aunque estoy segura de que tú las sigues viendo ¿a que sí? Con esa imaginación que tienes no has perdido la capacidad de oír las cosas que aún quieren contarte. Lo sé por las historias que tú nos cuentas a nosotros.
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