John lo tenía todo preparado para escapar.
El avión militar despegó a las nueve el último viernes del invierno. Se acercó a la rampa situada en la cola con disimulo y cuando todos observaban el eclipse de sol por las ventanas, saltó al vacío.
Nunca lo había hecho y no sabía donde acabaría. Antes de tirar de la anilla, sintió que la soledad congelaba sus entrañas; el aire frío abrió la seda del paracaídas. Por suerte, las nubes no dejaban ver el vacío a sus pies…
Atrás dejaba un trabajo seguro, un amor oxidado y quizás lo que más quería; su perro Tom. Una tarde viendo la puesta de sol desde la cumbre de una montaña, un viento cálido le trajo recuerdos de tiempos felices años atrás y se propuso volver a ser feliz.
En un segundo desapareció la niebla y pudo ver unas tierras nuevas, pintadas de verde por los campos y bosques donde se adivinaban pequeños pueblos escondidos.
Le entró pánico en el momento de aterrizar, se maldijo por estar jugándose la vida… y en ese instante un viento cálido lo giró y pudo ver en el horizonte más paracaídas con gente arriesgando todo.
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