Bienvenidos al mes de abril,
aguas mil, como bien dice el refrán. Este mes nos toca llover, diluviar,
chispear o cualquier cosa que salga de las nubes a la velocidad y en cantidad
que consideréis adecuada. Os toca elegir el paraguas y la profundidad de los
charcos, el color del chubasquero y si llueve hacia abajo o a merced de un
vendaval. Como siempre, es vuestra elección.
Yo he elegido una lluvia
limpiadora. Espero que este microrrelato os anime a escribir y que encienda
vuestra imaginación.
Los colores de la
vida
Después de una erupción el viento
gira alrededor de los árboles. Lo sé porque los vi sacudir su copa como gatos
mojados. Luego comenzó un período de oscuridad que casi nos llevó a la locura. El denso humo se convirtió en
techo y la ceniza caía como si la aldea fuera un vulgar cenicero de oficina.
Días más tarde empezó a llover, sin parar,
y se lavaron los árboles, las
casas, los montes dejando al descubierto unos colores mortecinos. Una mañana el
temible viento del mar abrió un boquete en el cielo y un rayo de sol encendió
los cañaverales, la cebada y las flores. Todos corrimos hacia ese redondel
luminoso para que nos calentara el corazón y nos diese alegría. Pero, al poco,
volvió a cerrarse y los colores se apagaron. Para no sumergirnos en una vida
gris y triste de nuevo, decidimos pintar de verano nuestro mundo: los trigales,
los dientes del maíz, la arena de la playa. Cuando, al fin, se acabó la
oscuridad, nos percatamos de lo obsesionados que estábamos con el sol, porque
todo, absolutamente todo, lo pintamos de amarillo: los patos, las cerezas, los
cuervos....
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