La lluvia caía intensa cuando la vi en la acera de enfrente y me acerqué a ella, diciéndole
-Ángeles, ¡eres tú!
Al oir mi voz, se volvió y me preguntó:
Al oir mi voz, se volvió y me preguntó:
-¿Me conoces? -
-Sí, claro. – le respondí - Eres Ángeles Domínguez. Hace mucho que no te veía. Bueno, desde que te jubilaste. ¿Qué haces aquí parada bajo esta lluvia de abril que te está calando?
-Es que no sé dónde estoy ni dónde vivo - me contestó. – Aquí tengo un papel que ponen siempre en el bolsillo cuando salgo de casa. A lo mejor dice algo.
-A ver, déjamelo – le pedí, mientras la cubría con mi paraguas.
-Estoy desesperada, - siguió diciendo - pues esto ya me ha pasado otras veces. Me pierdo sin saber por qué y, a veces, me encuentro con desconocidos como tú que saben más de mí que yo misma! Me dio el papel y cuando lo leí le dije:
-Ya sé dónde vives. Sigues en el colegio de mis hijas donde has estado muchos años de profesora. Ven conmigo, te acompaño, pues estamos muy cerca. La cogí del brazo y echamos a andar. De pronto, se paró, miró al cielo y musitó:
-¡Gracias, Señor, porque otra vez me has escuchado!
Qué bien expresas en tu relato el dicho "estar en el sitio justo y en el momento oportuno". Un beso,
ResponderEliminarUn relato que emociona... Un beso
ResponderEliminarUna coincidencia afortunada. Bonita y emotiva historia, María. Un placer leerte.
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