Como todos los años, el dos de abril, Natalia se dirige a la estación. Se sienta en un banco, siempre en el mismo; tenaz, rebusca en su memoria la inocencia del deseo del primer día. Ya nada es igual. Sus ojos persiguen una ilusión: la figura de un señor, de porte elegante, parecido a un actor de cine, que su madre le describiera cada vez que preguntaba por su padre. Estaba segura que en cuanto se vieran se reconocerían y la abrazaría para nunca separarse. Pero ese milagro todavía no se había producido.
De pronto se desató una furiosa tormenta, que rompió la magia de los reencuentros, maltratando a todos cual si fueran títeres movidos por los hilos del aguacero. Con la confusión un hombre la abrazó y al tenerla cerca, apurado, la pidió perdón. No era ella. Pero ese abrazo…
Natalia siguió con la mirada la figura huidiza, a través de la neblina que formaba la catarata de pensamientos, inconsciente del pozo que había escavado su cerebro para dejarlo vacío: su llanto desató el rugido en todo su cuerpo como una llamarada liberadora. Soltó la rabia, la pena, los abrazos no dados, las palabras nunca dichas…
Impresionante relato Valentina, lleno de emociones y sensaciones. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarCreer que el afecto nos une más allá de conocimiento, es un bonito sueño. Gracias por compartirlo.
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