Solamente empezar a escribirlo me empiezan a dar escalofríos. Cierro los ojos y le veo con su sonrisa y el gesto de mandarme un beso; mi corazón late a 80 por hora.
Él estaba en el frente y me consta que se acordaba cada momento de mí y de su familia. Sentía una inmensa rabia el tener que estar en aquella trinchera, esperando al "enemigo" en el que pudiera encontrase un amigo, o peor, un familiar. Aquel pensamiento le parecía insoportable y terminó pegándose un tiro en el pie, lo que le llevó al hospital.
Pasaron, no sé, 30 años o más. Nuestros hijos nos dejaban más tiempo para nosotros. Paseábamos contándonos cosas y un día en el que acabábamos de ver una película de guerra, me dijo de repente: "Nunca te conté lo que pasó en el frente de Belchite. Una vez pasó la aviación arrojando bombas, me tiré al suelo y me tapé con una manta; saqué el brazo y con un palo dibujé en la tierra los nombres de Luisa (su madre), y Almudena y recé, pues pensé sería el final".
Cuando le enviaron a Madrid, nos hicimos novios.
Un abrazo
Esta historia sabe a real y es enormemente emotiva y llena de recuerdos. Gracias por compartirlos
ResponderEliminar¡Cuántas emociones llevan pegadas los recuerdos!, ¿verdad Almudena? Son cometas que tiran de nosotros con tal fuerza que casi nos hacen volar. Y todo eso nos lo has hecho sentir con ese relato que, como dice Antonio, huele y sabe a verdad. Eres una joya y espero leerte muchas veces más. Un abrazo
ResponderEliminarUna vez más y muy especialmente con este relato, me recuerdas que soy fruto del amor. Gracias mamá.
ResponderEliminar