Mis obligaciones han hecho de mi un Correcaminos y me gusta conocer la ciudad durante el tiempo de mi estancia a bordo de los autobuses. Madrugo para sorprender como las calles amanecen. En la plaza de la Independencia cogía la línea 22. Tres paradas más adelante dos mujeres subían al bus como habían hecho el día anterior y aún antes. Una mujer era morena y fuerte quizás por un embarazo que parecía próximo a concluir. La otra le ayudaba con su ternura. Era algo flaca, de piel clara y cabellos muy cortos y rubios que realzaban un cuello de garza. Deduje que no eran hermanas. Dos delfines de plata diminutos embellecían sus orejas de duende. Pude distinguirlos cuando me levanté para ceder mi asiento. Agradeció el gesto al tiempo que su compañera la llamaba. Con las letras de tu nombre te escribiré un cuento le dijeron mis ojos que detuvieron apenas un instante los suyos. Bajo ellos una sonrisa ligeramente inclinada a un lado, como su cabeza pequeña. Esa misma tarde me comunicaron que debía cambiar de ciudad y ya nunca volví a ver a Eva.
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