Marzo ya está aquí. La primavera empieza a soplar con cierta urgencia para echar al invierno y ocupar su sitio. Asoman las yemas de los árboles y los días crecen. Las flores de los almendros ya decoran nuestros campos y jardines y los cerezos comienzan a desperezarse. Así que, ante tanto trabajo de la naturaleza, no hay excusas para empezar a sembrar palabras ventosas que barran este blog de cabo a rabo y puedan brotar las semillas de vuestra imaginación. Ánimo. ¡A escribir!
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Espero que os guste este microrrelato de uno que se convirtió en aire.
Los aires felices
Para resolver sus conflictos internos, decidió dividirse. Proyectaba
su sombra junto a su imagen en el espejo y así, en el baño, pasaban los tres
las horas charlando. La sombra le inventaba una vida deslumbrante; su reflejo
le juzgaba, le exigía ambición, rectitud y le reprochaba su dejarse llevar por
todo, por cualquiera. Él, indolente, dudaba entre sueños y obligaciones,
balbuceando agradecimientos o excusas, con un miedo feroz a la vida.
Pero llegaron las discusiones, la insolencia. Sombra e imagen se
exasperaban mutuamente y él intentaba conciliar, encontrar puntos intermedios.
Hasta que un día llegaron a las manos. Los puñetazos de uno atravesaban la
oscuridad del otro y él, por separarlos, se dio un cabezazo en el espejo y cayó
hacia atrás, desnucándose con el bidé.
Cuando despertó se alejó de su cuerpo, del espejo sin nadie y del
escaso dolor ajeno que dejaba su absurda muerte. Atravesó las paredes y, desde
entonces, con la felicidad de una vida decidida por una corriente de aire,
surca los mares, sin brújula, silbando en el rizo de las olas, aliviado de la
responsabilidad de sí mismo.
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